viernes, 11 de julio de 2014

MASACRE

Benjamín Cuéllar, IDHUCA

11/07/2014

En el diccionario, “masacre” es definida como la “matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o causa parecida”. No tiene nada que ver, pues, con la andanada de goles en contra que recibió la selección brasileña de fútbol y que sepultó su aspiración de convertirse —por sexta ocasión— en campeona mundial de la disciplina deportiva que, hoy por hoy, es uno de los negocios más lucrativos del planeta. Nada que ver, pero fue noticia de primer orden y comentario obligado en cualquier sitio. Los siete tantos que recibió el equipo carioca el pasado martes 8 de julio le sacaron torrentes de lágrimas a mucha gente. Pero hay que insistir: lo ocurrido no fue una masacre. Fue cualquier cosa, menos eso. Si se va a hablar de masacre en términos precisos, hay que referirse a lo que comenzó durante la madrugada de ese mismo día en territorio palestino y que —a esta fecha— continúa produciendo muerte, terror y repudio.

Ese escenario sangriento y doloroso no es nuevo. Para entenderlo, no para aceptarlo, es necesario remontarse a lo que ocurrió casi setenta años atrás: los horrores de la Segunda Guerra Mundial, entre los cuales destaca la terrible expresión de odio y violencia mediante la cual fueron exterminados millones de judíos: el holocausto. Ese inmenso sacrificio contribuyó a generar conciencia sobre dos cosas esenciales: la necesidad de trabajar por el respeto de los derechos humanos y el compromiso de mantener la paz mundial. Así, el 24 de octubre de 1945 nació la Organización de las Naciones Unidas; cincuenta y un países firmaron el acta en la cual se estableció su principal objetivo: “Mantener la paz y la seguridad internacionales”. Para ello, se debían adoptar “medidas colectivas eficaces” en aras de “prevenir y eliminar amenazas” a la primera. Asimismo, frente a hechos consumados, se buscaba que la entidad tuviera la capacidad de “suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz".

Dos años después, el 29 de noviembre de 1947, la ONU terminó con la administración de Inglaterra sobre el territorio palestino y comenzaron a retirarse gradualmente las fuerzas militares de esa potencia. También se definieron las fronteras. Pero la violencia continuó. La diáspora judía, sobreviviente del gran genocidio que recién había pasado, emigraba a la “tierra prometida” y la reclamaba; lo que encontró fue la resistencia y la oposición de los pueblos árabes. Y a la ONU le tocó enfrentar, en 1948, año en el que se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el primer gran desafío para honrar su misión: resolver este conflicto. Sin embargo, hasta hoy, no lo ha logrado.

No se trata de desprestigiar a la institución internacional, sino de llamar la atención sobre una situación grave que despierta pasiones e irracionalidades en la zona y el mundo. Y que, sobre todo, origina numerosas e inaceptables víctimas inocentes cuyos derechos humanos son violados en diversas y terribles formas. De 1948 en adelante, muchos enfrentamientos violentos se han registrado y múltiples han sido las resoluciones de la ONU para mediar entre Israel, algunos Estados árabes (como Egipto y Jordania) y representantes palestinos. Pero el escenario, en lugar de mejorar, ha empeorado.

Los siete goles recibidos por la selección de Brasil desataron llantos y lamentos. Esa cifra debe multiplicarse —al menos— por diez para contabilizar las personas asesinadas por las bombas israelitas luego de dos días de iniciada la ofensiva criminal; los llantos y lamentos por eso deberían estremecer a un mundo que, en lugar de eso, está más pendiente de lo que pueda ocurrir en el Maracaná el próximo domingo 13 de julio. ¿Por qué comenzó esta verdadera masacre en la Franja de Gaza? Los señalamientos son mutuos entre los Gobiernos de Tel Aviv y Jerusalén. Si el grupo Hamás es responsable del secuestro y el asesinato de tres jóvenes a mediados de junio, hecho condenable que han negado sus voceros, la respuesta israelí es inaceptable. El enorme costo humano y material que está pagando el pueblo palestino con la reacción del Ejército vecino no se apega para nada a los principios de proporcionalidad de la réplica e identificación de objetivos. “Ojo por ojo, diente por diente”, sentenció Hammurabi dieciocho siglos antes de Cristo en el Código que sirvió de base para fundar el Imperio babilónico. Esa sentencia, ahora, es calificada como una barbaridad. Pero ni eso tiene comparación con lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza, que es más bien toda la cabeza por un ojo y la quijada completa por un diente.

“Este es un momento para la justicia, no para la venganza”. Esa tímida frase inicial de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, no estuvo a la altura de los terribles acontecimientos. “Es un momento para la visión de Estado y para la sabiduría” también sonó a retórica diplomática inadmisible o, al menos, cuestionable. El Consejo de Seguridad del organismo debería asumir un rol realmente protagónico, exigiendo con fuerza el fin de la matanza y garantizando que así sea. Si no, sus pronunciamientos seguirán siendo como el del 5 de marzo de 1948.

En ese entonces, resolvió invitar a sus miembros permanentes a celebrar consultas e informar sobre “la situación en Palestina”. También el mencionado Consejo exhortó “a todos los Gobiernos y pueblos, particularmente a aquellos establecidos en Palestina o en su vecindad, a que tomen las medidas posibles para evitar o atenuar los desórdenes que actualmente ocurren en Palestina”. Luego, el 1 de abril del mismo año, invitó “a los grupos armados árabes y judíos de Palestina” a que inmediatamente suspendieran “los actos de violencia”. Sesenta y cuatro años después, continúan los llamados al diálogo y las negociaciones, a la sabiduría y la calma… Mientras tanto, la población civil no combatiente (niñas y niños, sobre todo) sufre los horrores de una acción impúdica que debería hacer correr ríos de lágrimas y gritos de condena.

Al momento de escribir estas líneas [10 de julio], Ban le subió el tono a sus declaraciones refiriéndose a la crisis como algo “insostenible”; sus víctimas mortales casi llegan a las noventa y las personas heridas suman varias centenas. “Nos enfrentamos”, dijo el secretario general de la ONU, “al riesgo de una escalada total, con la amenaza todavía palpable de una ofensiva terrestre” israelita. Esas afirmaciones las hizo ante el Consejo de Seguridad, donde los representantes de los Gobiernos enfrentados se acusaron mutuamente.

Habrá que revisar en algún momento la pertinencia y efectividad de estos organismos intergubernamentales que, recurrentemente, dan muestras de lo contrario mientras la paz sigue siendo mancillada en diversas partes del mundo. Hoy por hoy, no queda más que demandarle a la ONU y a los liderazgos políticos, religiosos, académicos y demás, una posición única y coherente con el respeto de los derechos humanos y en contra de esta masacre.

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