martes, 8 de julio de 2014

¿DERECHO DE LOS NIÑOS? AQUÍ PRIMERO.

Benjamín Cuéllar, IDHUCA

05/07/2014
Doscientos treinta y ocho años atrás, 56 hombres —no había una sola mujer— firmaron un documento que iniciaba sosteniendo “como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad […]”. Era la Declaración de Independencia de Estados Unidos. En aquel texto del 4 de julio de 1776, se incluían, obviamente, las motivaciones que llevaron a este grupo a proclamar —“apelando al juez supremo del Universo”— que las colonias que representaban eran y debían ser por derecho “estados libres e independientes”; por tanto, quedaban “absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica”.

Considerando algo candente y de actualidad que está marcando la agenda de la relación entre los Gobiernos del Triángulo Norte de Centroamérica y la Casa Blanca, vale la traer a cuenta que los signatarios de la Declaración le recordaban entonces a sus “hermanos” (“los habitantes de la Gran Bretaña”) las circunstancias que provocaron su emigración. La realización material de “derechos inalienables”, como los mencionados en la citada acta emancipadora, generó, mucho antes, un fenómeno de movilidad humana que llevó a constituirse en la existencia de esas colonias británicas en este continente. A lo anterior debe agregarse que buscando garantizar su vida, libertad y felicidad, se levantaron contra aquel poder imperial de la época. Legítimas razones, pues, justificaban hacer lo que hicieron y que hoy celebran con emocionados discursos, pólvora de luces y otras muestras de algarabía.

Hoy, cabe formular una pregunta de fácil respuesta. ¿Qué buscan ahora las niñas y los niños que viajan al lugar donde sus padres y madres se encuentran en tierras estadounidenses? Simple y sencillo: en muchos casos, salvar sus vidas ante el peligro inminente de una violencia criminal que en Honduras, Guatemala y El Salvador no respeta edad ni sexo. Condición económica y social, quizás sí, porque las víctimas de la niñez, la adolescencia y la juventud asediadas por ese flagelo se producen, en su inmensa mayoría, entre los sectores históricamente excluidos.

Con base en lo reflexionado y propuesto por el PNUD, se tiene que la seguridad humana debe traducirse en “seguridad contra amenazas crónicas como el hambre, la enfermedad y la represión". Lo anterior se complementa con la necesaria “protección contra alteraciones súbitas y dolorosas de la vida cotidiana, ya sea en el hogar, en el empleo o en la comunidad”. Asimismo, son cuatro las piezas básicas de ese rompecabezas: seguridad económica, seguridad legal, seguridad política y seguridad personal.

La inexistencia de la primera y de la cuarta, no hay duda, son evidentes razones para que esos sectores en histórica y eterna condición de vulnerabilidad emigren a como dé lugar. La ausencia de la segunda y de la tercera propicia el mantenimiento de una estructura social desigual e injusta. Eso es así si se parte de algo primario: la seguridad legal debe entenderse como la certidumbre que tienen todas las personas de obtener justicia de manera pronta y eficaz, mediante el funcionamiento adecuado de las instituciones estatales encargadas de administrarla. Y eso no ocurre en el Triángulo Norte centroamericano. Tampoco es una realidad sólida y extendida la seguridad política que, según el PNUD, “consiste en que la gente pueda vivir en una sociedad que respete sus derechos fundamentales”.

Pero la que en sociedades como estas se considera más importante, dentro de ese concepto de seguridad humana, es la personal; esa que ha sido y es degradada de diversas formas en la subregión. La más pronunciada tiene que ver con la violencia que generan la guerra entre las maras, la guerra contra las maras y la guerra sucia de las maras contra la población. En conjunto, pues, tanto en Honduras como en Guatemala y El Salvador se está sufriendo una crisis. Sus pueblos ven cómo se deterioran sus vidas por falta de empleo decente y de posibilidades reales de participación. También por la impunidad como regla vigente. Finalmente, por la violencia que continúa no obstante el final de las guerras, del accionar insurgente y de la represión estatal sistemática.

Este escenario empuja a niñas, niños, adolescentes y jóvenes a emprender la peligrosa travesía hacia Estados Unidos. Pero no solo se van por garantizar su derecho a la vida; también a la libertad y a la felicidad. A ser libres de ir a la escuela sin temor y pasear por donde quieran sabiendo que las posibilidades de ser víctimas de la violencia criminal allá no son las que, día tras día, tienen acá sus vidas, pendiendo de un hilo. Derecho a liberarse de las amenazas, de la “renta”, del obligatorio ingreso a la mara… Y así, con vida y libertad, al menos, aspiran a disfrutar en lo posible del derecho a una felicidad que estas tierras les niegan.

Por eso se van. Y porque allá están sus padres y sus madres. No es vano recordar que la reunificación familiar está contemplada en la Convención sobre los Derechos del Niño, de las Naciones Unidas. El numeral uno de su décimo artículo la establece en los siguientes términos: “De conformidad con la obligación que incumbe a los Estados partes a tenor de lo dispuesto en el párrafo 1 del artículo 9, toda solicitud hecha por un niño o por sus padres para entrar en un Estado parte o para salir de él a los efectos de la reunión de la familia será atendida por los Estados partes de manera positiva, humanitaria y expeditiva. Los Estados partes garantizarán, además, que la presentación de tal petición no traerá consecuencias desfavorables para los peticionarios ni para sus familiares”.

Hoy por hoy, alrededor de este derecho, solo se habla de crisis. La de la región centroamericana y la que se ha generado y resiente el Gobierno estadounidense. Por eso, tanto este como los de Guatemala, Honduras y El Salvador deberían humanizar sus políticas para garantizar la seguridad humana en estas tierras y lograr que todas las familias —sin distinción— permanezcan unidas disfrutando la vida en libertad y felicidad.




No hay comentarios: