miércoles, 21 de septiembre de 2016
miércoles, 14 de septiembre de 2016
El patriotero
Publicado por: Diario Co Latino, 13 septiembre, 2016 en Opiniones.
José M. Tojeira
El
diccionario define la palabra patriotero como un adjetivo que se le aplica a
quien “alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo”. Esos alardes
exagerados e inoportunos llevan a lo que se suele llamar patrioterismo: la
costumbre de ensalzar la patria, llenando la boca de elogios a la misma sin
preocuparse por el bien común. El vicio patriotero está por supuesto muy
extendido en políticos y funcionarios, mientras las grandes mayorías de
habitantes de El Salvador tienen un grande y sano fervor hacia la tierra en que
nacieron. Estos últimos son patriotas, aman la tierra en que nacieron, la
familia, el barrio, los parientes, los lugares y paisajes bellos de nuestra
tierra. Si se van del país es porque se sienten amenazados, porque no
encuentran oportunidades, porque no pueden desarrollar sus propias capacidades.
Sueñan con una vida mejor para ellos y sus parientes. Incluso en algunos casos
se organizan para colaborar con el bienestar de su municipio invirtiendo en
parques, iglesias, calles, bienes públicos que puedan disfrutar sus parientes y
amigos, además de las casas familiares.
El patriotero es
minoría. Pero una minoría con peso. Con frecuencia asciende a puestos públicos,
lanzando promesas en discursos tan floridos como vacíos de realidad. Habla de
bienestar y desarrollo y pasa indiferente ante el bajo o incluso nulo nivel de
derechos económicos y sociales que sufre nuestra gente. Grita contra el crimen
y las maras, busca manos duras y penas más fuertes y se queda indiferente ante
la pobreza, la desigualdad, el machismo, la violencia intrafamiliar y otras
plagas que son formas de violencia y poderosos inductores de delincuencia. Se
enriquece desde el poder, utilizando de diversos modos recursos estatales. Son
los que acaparan fraudulentamente dinero que se envía para damnificados y los
usan en favor del propio partido. O los que llaman desde un alto cargo
ejecutivo a un alcalde del propio partido para decirle que permita talar
árboles a una constructora de viviendas, aunque eso dañe la cuenca de los ríos
de la zona. Quienes se oponen a una ley que garantice el acceso universal al
agua de todos los salvadoreños, y simultáneamente se niegan a prohibir
legalmente la minería a cielo abierto que tanto daño ha hecho en otros países
pequeños y que tanto puede llegar a amenazar la cuenca del río Lempa. El dinero
es el dios del patriotero, y todas sus acciones, desde los viajes
internacionales hasta los seguros médicos, se van cubriendo con fondos
estatales mientras el pueblo tiene serias deficiencias en sus servicios de
salud.
Por esa misma razón
nuestra gente buena, gente mayoría, tiene serias reservas con la política.
Porque no ve que avance en la construcción del bien común. Porque contempla que
para unos cuantos, con demasiada influencia, la patria no es más que un recurso
para llenarse de dinero los bolsillos. El tema es viejo y el cansancio de la
gente es cada día mayor. Por muchas partes va aflorando ese adorado becerro de
oro que ya Monseñor Romero decía que era la causa principal de la violencia en
El Salvador. Nuestro arzobispo actual, Mons. Escobar, afirma también en su
carta “Veo en la ciudad violencia y discordia”, que la exclusión social y la
idolatría del dinero, junto con el individualismo y la impunidad son las
principales causas de la violencia que hoy sufre El Salvador. Males en buena
parte vinculados también de una forma u otra con la política.
Es evidente que no
todos los políticos son malos ni patrioteros. Pero los infectados con
patrioterismo barato y simultáneamente depredador, son suficientes como para
crear mala fama a algo que es necesario en todo país, y urgente en naciones con
graves problemas como la nuestra: la política enfocada al bien común. Y es que
el patrioterismo no es más que el encubrimiento de diversas enfermedades de la
política que se unen para deformarla y convertirla en una actividad tan
individual como egoísta. Contribuyen a deformar la política los funcionarios
corruptos que solo buscan dinero, y se olvidan de los salarios miserables de la
gente, mientras se oponen a subir el salario mínimo. Les siguen los que tienen
una mentalidad cuadrada, de derechas o de izquierdas, incapaces de ver con
realismo nuestra propia realidad nacional si no pasa por los lentes de su
ideología. Les acompañan los que buscan soluciones fáciles, con capacidad de
llenar noticieros y distraer de los problemas de fondo, más difíciles de
solucionar. Y ponen la guinda en el pastel los mentirosos, que consideran el
engaño como una de las mejores armas de la política, poniendo en práctica
aquello que decía Maquiavelo de que “quien engaña encontrará siempre quien se
deje engañar”.
Celebrar el mes de
la patria, de la independencia, no puede ser un festival de tambores y ruido,
desfiles y palillonas, frases bonitas, colores y exhibición de armas de guerra.
Es un mes que debe utilizarse para contemplar nuestra realidad, evaluarla, y definir
caminos de desarrollo social y convivencia pacífica. Los desfiles y la bulla
terminan pronto. Y al final no queda más que esperar al año siguiente para
volver a repetir, en el mejor de los casos, frases poéticas como las de la Marcha Triunfal de
Rubén Darío. Y decimos en el mejor de los casos, porque la generalidad de los
discursos ni tiene un contenido decente ni pasa un examen de literatura. Mentir
gritando nunca ha sido la mejor de las costumbres ciudadanas y sólo ha
conseguido pasar a la historia del ridículo. Necesitamos que el patriotismo de
la mayoría de nuestra gente se centre en exigencias sociales, económicas y
culturales, se eleve sobre la cháchara dominante de la política y fuerce a los
políticos a reconocer sus responsabilidades en la construcción de un orden más
justo, más equitativo y más pacífico. Si el quince de Septiembre nos ayudara a
poner en evidencia a los políticos patrioteros, avanzaríamos mucho más
fácilmente hacia el desarrollo que necesitamos.
jueves, 1 de septiembre de 2016
Crímenes graves y perdón
José María Tojeira, director del IDHUCA
A raíz de la sentencia de inconstitucionalidad de la ley de
amnistía, y con la detención y posterior liberación de algunos de los autores
materiales de la masacre en la UCA ,
algunas personas han hablado de la necesidad de perdonar. Lo triste es que
varias de ellas, incluidos algunos representantes del partido en el Gobierno,
han mencionado el tema de un modo, cuando menos, confuso y poco claro. En la
mentalidad de algunos se mezcla indebidamente el perdón cristiano de los
pecados y el perdón legal de los delitos. Dos cosas diferentes que merece la
pena explicar. Otros insisten en que la justicia abre heridas y que, por tanto,
es mejor perdonar y olvidar. Y no faltan quienes creen que el perdón de las
víctimas se consigue dándoles regalos o donaciones económicas.
Sobre el perdón cristiano hay que decir que es una exigencia clave
para todo el que crea de verdad en la doctrina y vida de Jesucristo. El perdón
cristiano debe darse desde el primer momento, aunque cueste. De entrada,
consiste en no querer para el ofensor ningún mal, mucho menos el mismo que él
ocasionó. Un cristiano debe rezar por quienes le persiguen u ofenden. Pero todo
ello no significa que el perdón sea ajeno a la verdad y a la justicia. Perdonar
no es cerrar los ojos, olvidar o volverse indiferente ante el mal realizado. Al
contrario, es comprometerse a no seguir la senda o el ejemplo del malhechor. Si
el que comete el delito mata, el cristiano no cree en el ojo por ojo y diente
por diente. Porque ese estilo coloca a la víctima al mismo nivel del verdugo.
Si el asesino recurre a la brutalidad de matar, el cristiano no se puede
identificar con él buscando matarle –ilegal o legalmente donde haya pena de
muerte–. Pero evidentemente debe exigir justicia, pues esta no está reñida con
el perdón. Más bien es un elemento fundamental, como la verdad, para evitar la
repetición del crimen y para el bien de la comunidad. Y precisamente porque la
justicia es para el bien de la comunidad, no se deja en manos del ofendido,
sino en manos de instituciones estatales sometidas a reglas. Si es cristiano,
el ofendido debe perdonar. Pero la justicia debe actuar.
Si todo dependiera del perdón personal, sobraría la justicia. Los
asesinos podrían seguir matando, confiados en el perdón de las personas. Y
muchos serían obligados a perdonar por miedo, o se verían obligados a la
legítima defensa mediante la fuerza bruta, identificándose así, de cierta
manera, con el asesino. Hay que señalar que en el Caso Jesuitas, y eso aparece
en los periódicos de la época, desde el primer momento sus compañeros dijeron
que perdonaban a los asesinos. Era el perdón cristiano. Y por eso, en la rueda
de prensa del mismo día en que se cometieron los asesinatos, dijeron: “Queremos
justicia y no venganza”. Eso era importante afirmarlo en un tiempo de guerra
civil donde algunos grupos podían sentirse empujados a la venganza. Máxime
cuando el propio Estado, en vez de investigar a los sospechosos evidentes, que
eran militares, se dedicó durante dos meses a echarle la culpa a la guerrilla.
Posteriormente, ya condenados dos de los nueve acusados por el delito, y como
símbolo del deseo de reconciliación, los jesuitas pidieron el indulto para
ellos en una carta a la Asamblea Legislativa. La respuesta de los
diputados de Arena fue diversa. Unos dijeron que solo los afectados o los
salvadoreños podían pedir indulto, que los jesuitas no podían por ser
extranjeros, como si los jesuitas no hubiéramos sido afectados por el crimen. Y
otros dijeron que la petición de indulto era un “show”, porque también se
exigía que se siguiera la investigación a los autores intelectuales del
asesinato. Simultáneamente se envió una carta al presidente Cristiani,
invitándole a unirse a la solicitud de indulto para los dos condenados.
Hoy se sigue insistiendo en que los jesuitas perdonen, sin que los
victimarios pidan perdón y sin que colaboren con la verdad. Pero es evidente
que quienes eso dicen no les interesa el perdón cristiano, sino única y
fundamentalmente el perdón legal. Porque no es lo mismo perdón cristiano que
perdón legal. Si hoy alguien dijera a los que sufren asesinatos que perdonen
legalmente a los asesinos, sería posible incluso que se le acusara de apología
del terrorismo. El perdón legal le compete al Estado, no a los individuos
afectados. Y ya la Sala
de lo Constitucional ha invitado a recorrer el camino de la justicia
transicional, el mismo que han seguido otros países después de guerras civiles.
Los mismos jesuitas han insistido en la justicia transicional como camino de
reconciliación más efectivo, al buscar en ella, simultáneamente, verdad,
justicia, reparación para las víctimas y medidas de perdón de las penas
temporales (cárcel). Poca gente, lamentablemente, ha impulsado el camino de la
justicia transicional, siendo como es el más indicado para lograr una reconciliación
duradera. El mundo del derecho y del pensamiento jurídico, así como los
legisladores, tienen aquí un importante desafío, que no solo contribuirá al
bien del país, sino a la mejora de la profesión del abogado.
Cuando los abogados presentan a los victimarios como víctimas, y a
las víctimas como victimarios que odian y no quieren perdonar, están
traicionando su profesión. Están mintiendo. Y que un abogado mienta es
definitivamente una traición al pensamiento jurídico y a la práctica
profesional. Y vuelven a mentir cuando animan a los parientes de los
victimarios a pedir que las víctimas perdonen. Porque saben de sobra que a
quien le toca perdonar es al Estado. Y saben que el tipo de perdón que llamamos
amnistía ha sido declarado inconstitucional. Trasladar las funciones estatales
a las víctimas es un claro acto de irresponsabilidad legal y, por supuesto, una
falta a la ética profesional. Por desgracia, los colegios de abogados, en su
mayoría, no tienen normas de ética profesional ni capacidad de impedir el
ejercicio profesional por faltas a la ética. Aunque hay abogados probos,
honrados y profesionales, no hay duda de que también existe en la profesión un
buen número de los que podríamos llamar abogados-sanguijuela, o lo que en otros
tiempos y en otros países llamaban abogansters del dólar. Personas que con
frecuencia se instalan en las estructuras legislativas o judiciales del Estado.
Pensar las cosas, buscar justicia, no oponerse a la
verdad son necesidades para todos, especialmente para el mundo del derecho, en
tantos aspectos muy corrompidos, como nos lo están mostrando situaciones
recientes de todo tipo. Corrupción que va desde el prevaricato, el fraude
judicial y la falsedad ideológica (o mentira consciente) hasta frases como las
de una jueza que decía que algunos salvadoreños solo se podrán rehabilitar en
la tumba. Con seguridad esta jueza desconoce el artículo 27 de la Constitución , que da
a los centros penales la tarea de “readaptación” del delincuente para así lograr
“la prevención de los delitos”.
Crímenes graves y perdón
José María Tojeira, director del IDHUCA
01/09/2016
Sobre el perdón cristiano hay que decir que es una exigencia clave
para todo el que crea de verdad en la doctrina y vida de Jesucristo. El perdón
cristiano debe darse desde el primer momento, aunque cueste. De entrada,
consiste en no querer para el ofensor ningún mal, mucho menos el mismo que él
ocasionó. Un cristiano debe rezar por quienes le persiguen u ofenden. Pero todo
ello no significa que el perdón sea ajeno a la verdad y a la justicia. Perdonar
no es cerrar los ojos, olvidar o volverse indiferente ante el mal realizado. Al
contrario, es comprometerse a no seguir la senda o el ejemplo del malhechor. Si
el que comete el delito mata, el cristiano no cree en el ojo por ojo y diente
por diente. Porque ese estilo coloca a la víctima al mismo nivel del verdugo.
Si el asesino recurre a la brutalidad de matar, el cristiano no se puede
identificar con él buscando matarle –ilegal o legalmente donde haya pena de
muerte–. Pero evidentemente debe exigir justicia, pues esta no está reñida con
el perdón. Más bien es un elemento fundamental, como la verdad, para evitar la
repetición del crimen y para el bien de la comunidad. Y precisamente porque la
justicia es para el bien de la comunidad, no se deja en manos del ofendido,
sino en manos de instituciones estatales sometidas a reglas. Si es cristiano,
el ofendido debe perdonar. Pero la justicia debe actuar.
Si todo dependiera del perdón personal, sobraría la justicia. Los
asesinos podrían seguir matando, confiados en el perdón de las personas. Y
muchos serían obligados a perdonar por miedo, o se verían obligados a la
legítima defensa mediante la fuerza bruta, identificándose así, de cierta
manera, con el asesino. Hay que señalar que en el Caso Jesuitas, y eso aparece
en los periódicos de la época, desde el primer momento sus compañeros dijeron
que perdonaban a los asesinos. Era el perdón cristiano. Y por eso, en la rueda
de prensa del mismo día en que se cometieron los asesinatos, dijeron: “Queremos
justicia y no venganza”. Eso era importante afirmarlo en un tiempo de guerra
civil donde algunos grupos podían sentirse empujados a la venganza. Máxime
cuando el propio Estado, en vez de investigar a los sospechosos evidentes, que
eran militares, se dedicó durante dos meses a echarle la culpa a la guerrilla.
Posteriormente, ya condenados dos de los nueve acusados por el delito, y como
símbolo del deseo de reconciliación, los jesuitas pidieron el indulto para
ellos en una carta a la Asamblea Legislativa. La respuesta de los
diputados de Arena fue diversa. Unos dijeron que solo los afectados o los
salvadoreños podían pedir indulto, que los jesuitas no podían por ser
extranjeros, como si los jesuitas no hubiéramos sido afectados por el crimen. Y
otros dijeron que la petición de indulto era un “show”, porque también se
exigía que se siguiera la investigación a los autores intelectuales del
asesinato. Simultáneamente se envió una carta al presidente Cristiani,
invitándole a unirse a la solicitud de indulto para los dos condenados.
Hoy se sigue insistiendo en que los jesuitas perdonen, sin que los
victimarios pidan perdón y sin que colaboren con la verdad. Pero es evidente
que quienes eso dicen no les interesa el perdón cristiano, sino única y
fundamentalmente el perdón legal. Porque no es lo mismo perdón cristiano que
perdón legal. Si hoy alguien dijera a los que sufren asesinatos que perdonen
legalmente a los asesinos, sería posible incluso que se le acusara de apología
del terrorismo. El perdón legal le compete al Estado, no a los individuos
afectados. Y ya la Sala
de lo Constitucional ha invitado a recorrer el camino de la justicia
transicional, el mismo que han seguido otros países después de guerras civiles.
Los mismos jesuitas han insistido en la justicia transicional como camino de
reconciliación más efectivo, al buscar en ella, simultáneamente, verdad,
justicia, reparación para las víctimas y medidas de perdón de las penas
temporales (cárcel). Poca gente, lamentablemente, ha impulsado el camino de la
justicia transicional, siendo como es el más indicado para lograr una reconciliación
duradera. El mundo del derecho y del pensamiento jurídico, así como los
legisladores, tienen aquí un importante desafío, que no solo contribuirá al
bien del país, sino a la mejora de la profesión del abogado.
Cuando los abogados presentan a los victimarios como víctimas, y a
las víctimas como victimarios que odian y no quieren perdonar, están
traicionando su profesión. Están mintiendo. Y que un abogado mienta es
definitivamente una traición al pensamiento jurídico y a la práctica
profesional. Y vuelven a mentir cuando animan a los parientes de los
victimarios a pedir que las víctimas perdonen. Porquesaben de sobra que a
quien le toca perdonar es al Estado. Y saben que el tipo de perdón que llamamos
amnistía ha sido declarado inconstitucional. Trasladar las funciones estatales
a las víctimas es un claro acto de irresponsabilidad legal y, por supuesto, una
falta a la ética profesional. Por desgracia, los colegios de abogados, en su
mayoría, no tienen normas de ética profesional ni capacidad de impedir el
ejercicio profesional por faltas a la ética. Aunque hay abogados probos,
honrados y profesionales, no hay duda de que también existe en la profesión un
buen número de los que podríamos llamar abogados-sanguijuela, o lo que en otros
tiempos y en otros países llamaban abogansters del dólar. Personas que con
frecuencia se instalan en las estructuras legislativas o judiciales del Estado.
Pensar las cosas, buscar justicia, no oponerse a la verdad son
necesidades para todos, especialmente para el mundo del derecho, en tantos
aspectos muy corrompidos, como nos lo están mostrando situaciones recientes de
todo tipo. Corrupción que va desde el prevaricato, el fraude judicial y la
falsedad ideológica (o mentira consciente) hasta frases como las de una jueza
que decía que algunos salvadoreños solo se podrán rehabilitar en la tumba. Con
seguridad esta jueza desconoce el artículo 27 de la Constitución , que da
a los centros penales la tarea de “readaptación” del delincuente para así lograr
“la prevención de los delitos”.
Crímenes graves y
perdón
José María Tojeira, director del Idhuca
01/09/2016
A raíz de la sentencia de inconstitucionalidad de la ley de amnistía y con la detención y posterior liberación de algunos de los
autores materiales de la masacre en la
UCA , algunas personas han hablado de la necesidad de
perdonar. Lo triste es que varias de ellas, incluidos algunos representantes
del partido en el Gobierno, han mencionado el tema de un modo, cuando menos,
confuso y poco claro. En la mentalidad de algunos se mezcla indebidamente el
perdón cristiano de los pecados y el perdón legal de los delitos. Dos cosas
diferentes que merece la pena explicar. Otros insisten en que la justicia abre
heridas y que, por tanto, es mejor perdonar y olvidar. Y no faltan quienes
creen que el perdón de las víctimas se consigue dándoles regalos o donaciones
económicas.
Sobre el perdón cristiano
hay que decir que es una exigencia clave para todo el que crea de verdad en la
doctrina y vida de Jesucristo. El perdón cristiano debe darse desde el primer
momento, aunque cueste. De entrada, consiste en no querer para el ofensor
ningún mal, mucho menos el mismo que él ocasionó. Un cristiano debe rezar por
quienes le persiguen u ofenden. Pero todo ello no significa que el perdón sea
ajeno a la verdad y a la justicia. Perdonar no es cerrar los ojos, olvidar o
volverse indiferente ante el mal realizado. Al contrario, es comprometerse a no
seguir la senda o el ejemplo del malhechor. Si el que comete el delito mata, el
cristiano no cree en el ojo por ojo y diente por diente. Porque ese estilo
coloca a la víctima al mismo nivel del verdugo. Si el asesino recurre a la
brutalidad de matar, el cristiano no se puede identificar con él buscando
matarle –ilegal o legalmente donde haya pena de muerte–. Pero evidentemente
debe exigir justicia, pues esta no está reñida con el perdón. Más bien es un
elemento fundamental, como la verdad, para evitar la repetición del crimen y
para el bien de la comunidad. Y precisamente porque la justicia es para el bien
de la comunidad, no se deja en manos del ofendido, sino en manos de
instituciones estatales sometidas a reglas. Si es cristiano, el ofendido debe
perdonar. Pero la justicia debe actuar.
Si todo dependiera del
perdón personal, sobraría la justicia. Los asesinos podrían seguir matando,
confiados en el perdón de las personas. Y muchos serían obligados a perdonar
por miedo, o se verían obligados a la legítima defensa mediante la fuerza
bruta, identificándose así, de cierta manera, con el asesino. Hay que señalar
que en el Caso Jesuitas, y eso aparece en los periódicos de la época, desde el
primer momento sus compañeros dijeron que perdonaban a los asesinos. Era el
perdón cristiano. Y por eso, en la rueda de prensa del mismo día en que se
cometieron los asesinatos, dijeron: “Queremos justicia y no venganza”. Eso era
importante afirmarlo en un tiempo de guerra civil donde algunos grupos podían
sentirse empujados a la venganza. Máxime cuando el propio Estado, en vez de
investigar a los sospechosos evidentes, que eran militares, se dedicó durante
dos meses a echarle la culpa a la guerrilla. Posteriormente, ya condenados dos
de los nueve acusados por el delito, y como símbolo del deseo de
reconciliación, los jesuitas pidieron el indulto para ellos en una carta a la Asamblea Legislativa.
La respuesta de los diputados de Arena fue diversa. Unos dijeron que solo los
afectados o los salvadoreños podían pedir indulto, que los jesuitas no podían
por ser extranjeros, como si los jesuitas no hubiéramos sido afectados por el
crimen. Y otros dijeron que la petición de indulto era un “show”, porque
también se exigía que se siguiera la investigación a los autores intelectuales
del asesinato. Simultáneamente se envió una carta al presidente Cristiani,
invitándole a unirse a la solicitud de indulto para los dos condenados.
Hoy se sigue insistiendo
en que los jesuitas perdonen, sin que los victimarios pidan perdón y sin que
colaboren con la verdad. Pero es evidente que quienes eso dicen no les interesa
el perdón cristiano, sino única y fundamentalmente el perdón legal. Porque no
es lo mismo perdón cristiano que perdón legal. Si hoy alguien dijera a los que
sufren asesinatos que perdonen legalmente a los asesinos, sería posible incluso
que se le acusara de apología del terrorismo. El perdón legal le compete al
Estado, no a los individuos afectados. Y ya la Sala de lo Constitucional ha invitado a recorrer
el camino de la justicia transicional, el mismo que han seguido otros países
después de guerras civiles. Los mismos jesuitas han insistido en la justicia
transicional como camino de reconciliación más efectivo, al buscar en ella,
simultáneamente, verdad, justicia, reparación para las víctimas y medidas de
perdón de las penas temporales (cárcel). Poca gente, lamentablemente, ha
impulsado el camino de la justicia transicional, siendo como es el más indicado
para lograr una reconciliación duradera. El mundo del derecho y del pensamiento
jurídico, así como los legisladores, tienen aquí un importante desafío, que no
solo contribuirá al bien del país, sino a la mejora de la profesión del
abogado.
Cuando los abogados
presentan a los victimarios como víctimas, y a las víctimas como victimarios
que odian y no quieren perdonar, están traicionando su profesión. Están
mintiendo. Y que un abogado mienta es definitivamente una traición al
pensamiento jurídico y a la práctica profesional. Y vuelven a mentir cuando
animan a los parientes de los victimarios a pedir que las víctimas perdonen.
Porque saben de sobra que a quien le toca perdonar es al Estado. Y saben que el
tipo de perdón que llamamos amnistía ha sido declarado inconstitucional.
Trasladar las funciones estatales a las víctimas es un claro acto de
irresponsabilidad legal y, por supuesto, una falta a la ética profesional. Por
desgracia, los colegios de abogados, en su mayoría, no tienen normas de ética
profesional ni capacidad de impedir el ejercicio profesional por faltas a la
ética. Aunque hay abogados probos, honrados y profesionales, no hay duda de que
también existe en la profesión un buen número de los que podríamos llamar
abogados-sanguijuela, o lo que en otros tiempos y en otros países llamaban
abogansters del dólar. Personas que con frecuencia se instalan en las
estructuras legislativas o judiciales del Estado.
Pensar las cosas, buscar
justicia, no oponerse a la verdad son necesidades para todos, especialmente
para el mundo del derecho, en tantos aspectos muy corrompidos, como nos lo
están mostrando situaciones recientes de todo tipo. Corrupción que va desde el
prevaricato, el fraude judicial y la falsedad ideológica (o mentira consciente)
hasta frases como las de una jueza que decía que algunos salvadoreños solo se
podrán rehabilitar en la tumba. Con seguridad esta jueza desconoce el artículo
27 de la Constitución ,
que da a los centros penales la tarea de “readaptación” del delincuente para
así lograr “la prevención de los delitos”.
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