El patriotero
Publicado por: Diario Co Latino, 13 septiembre, 2016 en Opiniones.
José M. Tojeira
El
diccionario define la palabra patriotero como un adjetivo que se le aplica a
quien “alardea excesiva e inoportunamente de patriotismo”. Esos alardes
exagerados e inoportunos llevan a lo que se suele llamar patrioterismo: la
costumbre de ensalzar la patria, llenando la boca de elogios a la misma sin
preocuparse por el bien común. El vicio patriotero está por supuesto muy
extendido en políticos y funcionarios, mientras las grandes mayorías de
habitantes de El Salvador tienen un grande y sano fervor hacia la tierra en que
nacieron. Estos últimos son patriotas, aman la tierra en que nacieron, la
familia, el barrio, los parientes, los lugares y paisajes bellos de nuestra
tierra. Si se van del país es porque se sienten amenazados, porque no
encuentran oportunidades, porque no pueden desarrollar sus propias capacidades.
Sueñan con una vida mejor para ellos y sus parientes. Incluso en algunos casos
se organizan para colaborar con el bienestar de su municipio invirtiendo en
parques, iglesias, calles, bienes públicos que puedan disfrutar sus parientes y
amigos, además de las casas familiares.
El patriotero es
minoría. Pero una minoría con peso. Con frecuencia asciende a puestos públicos,
lanzando promesas en discursos tan floridos como vacíos de realidad. Habla de
bienestar y desarrollo y pasa indiferente ante el bajo o incluso nulo nivel de
derechos económicos y sociales que sufre nuestra gente. Grita contra el crimen
y las maras, busca manos duras y penas más fuertes y se queda indiferente ante
la pobreza, la desigualdad, el machismo, la violencia intrafamiliar y otras
plagas que son formas de violencia y poderosos inductores de delincuencia. Se
enriquece desde el poder, utilizando de diversos modos recursos estatales. Son
los que acaparan fraudulentamente dinero que se envía para damnificados y los
usan en favor del propio partido. O los que llaman desde un alto cargo
ejecutivo a un alcalde del propio partido para decirle que permita talar
árboles a una constructora de viviendas, aunque eso dañe la cuenca de los ríos
de la zona. Quienes se oponen a una ley que garantice el acceso universal al
agua de todos los salvadoreños, y simultáneamente se niegan a prohibir
legalmente la minería a cielo abierto que tanto daño ha hecho en otros países
pequeños y que tanto puede llegar a amenazar la cuenca del río Lempa. El dinero
es el dios del patriotero, y todas sus acciones, desde los viajes
internacionales hasta los seguros médicos, se van cubriendo con fondos
estatales mientras el pueblo tiene serias deficiencias en sus servicios de
salud.
Por esa misma razón
nuestra gente buena, gente mayoría, tiene serias reservas con la política.
Porque no ve que avance en la construcción del bien común. Porque contempla que
para unos cuantos, con demasiada influencia, la patria no es más que un recurso
para llenarse de dinero los bolsillos. El tema es viejo y el cansancio de la
gente es cada día mayor. Por muchas partes va aflorando ese adorado becerro de
oro que ya Monseñor Romero decía que era la causa principal de la violencia en
El Salvador. Nuestro arzobispo actual, Mons. Escobar, afirma también en su
carta “Veo en la ciudad violencia y discordia”, que la exclusión social y la
idolatría del dinero, junto con el individualismo y la impunidad son las
principales causas de la violencia que hoy sufre El Salvador. Males en buena
parte vinculados también de una forma u otra con la política.
Es evidente que no
todos los políticos son malos ni patrioteros. Pero los infectados con
patrioterismo barato y simultáneamente depredador, son suficientes como para
crear mala fama a algo que es necesario en todo país, y urgente en naciones con
graves problemas como la nuestra: la política enfocada al bien común. Y es que
el patrioterismo no es más que el encubrimiento de diversas enfermedades de la
política que se unen para deformarla y convertirla en una actividad tan
individual como egoísta. Contribuyen a deformar la política los funcionarios
corruptos que solo buscan dinero, y se olvidan de los salarios miserables de la
gente, mientras se oponen a subir el salario mínimo. Les siguen los que tienen
una mentalidad cuadrada, de derechas o de izquierdas, incapaces de ver con
realismo nuestra propia realidad nacional si no pasa por los lentes de su
ideología. Les acompañan los que buscan soluciones fáciles, con capacidad de
llenar noticieros y distraer de los problemas de fondo, más difíciles de
solucionar. Y ponen la guinda en el pastel los mentirosos, que consideran el
engaño como una de las mejores armas de la política, poniendo en práctica
aquello que decía Maquiavelo de que “quien engaña encontrará siempre quien se
deje engañar”.
Celebrar el mes de
la patria, de la independencia, no puede ser un festival de tambores y ruido,
desfiles y palillonas, frases bonitas, colores y exhibición de armas de guerra.
Es un mes que debe utilizarse para contemplar nuestra realidad, evaluarla, y definir
caminos de desarrollo social y convivencia pacífica. Los desfiles y la bulla
terminan pronto. Y al final no queda más que esperar al año siguiente para
volver a repetir, en el mejor de los casos, frases poéticas como las de la Marcha Triunfal de
Rubén Darío. Y decimos en el mejor de los casos, porque la generalidad de los
discursos ni tiene un contenido decente ni pasa un examen de literatura. Mentir
gritando nunca ha sido la mejor de las costumbres ciudadanas y sólo ha
conseguido pasar a la historia del ridículo. Necesitamos que el patriotismo de
la mayoría de nuestra gente se centre en exigencias sociales, económicas y
culturales, se eleve sobre la cháchara dominante de la política y fuerce a los
políticos a reconocer sus responsabilidades en la construcción de un orden más
justo, más equitativo y más pacífico. Si el quince de Septiembre nos ayudara a
poner en evidencia a los políticos patrioteros, avanzaríamos mucho más
fácilmente hacia el desarrollo que necesitamos.
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