Crímenes graves y perdón
José María Tojeira, director del IDHUCA
01/09/2016
Sobre el perdón cristiano hay que decir que es una exigencia clave
para todo el que crea de verdad en la doctrina y vida de Jesucristo. El perdón
cristiano debe darse desde el primer momento, aunque cueste. De entrada,
consiste en no querer para el ofensor ningún mal, mucho menos el mismo que él
ocasionó. Un cristiano debe rezar por quienes le persiguen u ofenden. Pero todo
ello no significa que el perdón sea ajeno a la verdad y a la justicia. Perdonar
no es cerrar los ojos, olvidar o volverse indiferente ante el mal realizado. Al
contrario, es comprometerse a no seguir la senda o el ejemplo del malhechor. Si
el que comete el delito mata, el cristiano no cree en el ojo por ojo y diente
por diente. Porque ese estilo coloca a la víctima al mismo nivel del verdugo.
Si el asesino recurre a la brutalidad de matar, el cristiano no se puede
identificar con él buscando matarle –ilegal o legalmente donde haya pena de
muerte–. Pero evidentemente debe exigir justicia, pues esta no está reñida con
el perdón. Más bien es un elemento fundamental, como la verdad, para evitar la
repetición del crimen y para el bien de la comunidad. Y precisamente porque la
justicia es para el bien de la comunidad, no se deja en manos del ofendido,
sino en manos de instituciones estatales sometidas a reglas. Si es cristiano,
el ofendido debe perdonar. Pero la justicia debe actuar.
Si todo dependiera del perdón personal, sobraría la justicia. Los
asesinos podrían seguir matando, confiados en el perdón de las personas. Y
muchos serían obligados a perdonar por miedo, o se verían obligados a la
legítima defensa mediante la fuerza bruta, identificándose así, de cierta
manera, con el asesino. Hay que señalar que en el Caso Jesuitas, y eso aparece
en los periódicos de la época, desde el primer momento sus compañeros dijeron
que perdonaban a los asesinos. Era el perdón cristiano. Y por eso, en la rueda
de prensa del mismo día en que se cometieron los asesinatos, dijeron: “Queremos
justicia y no venganza”. Eso era importante afirmarlo en un tiempo de guerra
civil donde algunos grupos podían sentirse empujados a la venganza. Máxime
cuando el propio Estado, en vez de investigar a los sospechosos evidentes, que
eran militares, se dedicó durante dos meses a echarle la culpa a la guerrilla.
Posteriormente, ya condenados dos de los nueve acusados por el delito, y como
símbolo del deseo de reconciliación, los jesuitas pidieron el indulto para
ellos en una carta a la Asamblea Legislativa. La respuesta de los
diputados de Arena fue diversa. Unos dijeron que solo los afectados o los
salvadoreños podían pedir indulto, que los jesuitas no podían por ser
extranjeros, como si los jesuitas no hubiéramos sido afectados por el crimen. Y
otros dijeron que la petición de indulto era un “show”, porque también se
exigía que se siguiera la investigación a los autores intelectuales del
asesinato. Simultáneamente se envió una carta al presidente Cristiani,
invitándole a unirse a la solicitud de indulto para los dos condenados.
Hoy se sigue insistiendo en que los jesuitas perdonen, sin que los
victimarios pidan perdón y sin que colaboren con la verdad. Pero es evidente
que quienes eso dicen no les interesa el perdón cristiano, sino única y
fundamentalmente el perdón legal. Porque no es lo mismo perdón cristiano que
perdón legal. Si hoy alguien dijera a los que sufren asesinatos que perdonen
legalmente a los asesinos, sería posible incluso que se le acusara de apología
del terrorismo. El perdón legal le compete al Estado, no a los individuos
afectados. Y ya la Sala
de lo Constitucional ha invitado a recorrer el camino de la justicia
transicional, el mismo que han seguido otros países después de guerras civiles.
Los mismos jesuitas han insistido en la justicia transicional como camino de
reconciliación más efectivo, al buscar en ella, simultáneamente, verdad,
justicia, reparación para las víctimas y medidas de perdón de las penas
temporales (cárcel). Poca gente, lamentablemente, ha impulsado el camino de la
justicia transicional, siendo como es el más indicado para lograr una reconciliación
duradera. El mundo del derecho y del pensamiento jurídico, así como los
legisladores, tienen aquí un importante desafío, que no solo contribuirá al
bien del país, sino a la mejora de la profesión del abogado.
Cuando los abogados presentan a los victimarios como víctimas, y a
las víctimas como victimarios que odian y no quieren perdonar, están
traicionando su profesión. Están mintiendo. Y que un abogado mienta es
definitivamente una traición al pensamiento jurídico y a la práctica
profesional. Y vuelven a mentir cuando animan a los parientes de los
victimarios a pedir que las víctimas perdonen. Porquesaben de sobra que a
quien le toca perdonar es al Estado. Y saben que el tipo de perdón que llamamos
amnistía ha sido declarado inconstitucional. Trasladar las funciones estatales
a las víctimas es un claro acto de irresponsabilidad legal y, por supuesto, una
falta a la ética profesional. Por desgracia, los colegios de abogados, en su
mayoría, no tienen normas de ética profesional ni capacidad de impedir el
ejercicio profesional por faltas a la ética. Aunque hay abogados probos,
honrados y profesionales, no hay duda de que también existe en la profesión un
buen número de los que podríamos llamar abogados-sanguijuela, o lo que en otros
tiempos y en otros países llamaban abogansters del dólar. Personas que con
frecuencia se instalan en las estructuras legislativas o judiciales del Estado.
Pensar las cosas, buscar justicia, no oponerse a la verdad son
necesidades para todos, especialmente para el mundo del derecho, en tantos
aspectos muy corrompidos, como nos lo están mostrando situaciones recientes de
todo tipo. Corrupción que va desde el prevaricato, el fraude judicial y la
falsedad ideológica (o mentira consciente) hasta frases como las de una jueza
que decía que algunos salvadoreños solo se podrán rehabilitar en la tumba. Con
seguridad esta jueza desconoce el artículo 27 de la Constitución , que da
a los centros penales la tarea de “readaptación” del delincuente para así lograr
“la prevención de los delitos”.
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