miércoles, 21 de enero de 2015

Desaprendiendo la guerra en el ámbito psicosocial



Paola Guerrero
Psicóloga IDHUCA

En el año 2012 fuimos diez voluntarios y voluntarias estudiantes de psicología que iniciamos el trabajo psicosocial en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, IDHUCA. Colaboramos en el acompañamiento psicológico con personas que vivieron el conflicto armado en El Salvador. La idea central era brindar el sostenimiento emocional a las personas al momento de brindar su testimonio en su participación  en el Tribunal para la Aplicación de Justicia Restaurativa.

Desde esa experiencia se inicio un proceso de desaprender la guerra tanto como equipo de trabajo, como también, el comprender la dinámica  de antes, el durante y el después de la guerra. Las historias narradas estaban enfocadas en un contexto socio-político violento, sus experiencias suscitaban en  propios actos vistos, ejecutados o presenciados en algunas ocasiones no conscientes de ser acciones violentas. 

La fuerza que se ejercía en el contexto social fue parte de la identificación grupal y la construcción del enemigo como en algunos casos procesos psicosociales facilitadores de la violencia. Desde está lectura, las secuelas psicológicas en la mayoría de las personas que sobrevivieron la guerra son reacciones normales ante situaciones anormales. Es decir, que en ese momento de los años 80 hasta los Acuerdos de Paz en el año 1992, las personas que ahora relatan sus historias identifican el momento en que tuvieron que huir para sobreguardar sus vidas; este desplazamiento por la guerra, enfatizan sentirse siempre alerta, con mucha desconfianza en  sus amistades y familiares  y  el constante sentimiento de miedo a ser descubiertos porque han hablado del pasado, y como consecuencia perciben el impacto en sus  vidas o en sus familias. Se puede entender que se ha vuelto omnipresente está inseguridad en las personas tanto en su pasado como en su presente.

Por estas razones el trabajo psicosocial se vuelve importante, al abordar las relaciones sociales de manera interpersonal e intragrupal. Esta perspectiva permite apreciar un panorama amplio en el tema de la salud mental no solo en las historias independientes de algunas de las personas de comunidades como Arcatao, Chalatenango; Tecoluca, San Vicente; Santa Marta, Cabañas; EXCOPPES (Comité de ex-presos políticos de El Salvador) sino la salud mental luego de procesos y contextos de ejercicio de poder y control desencadenados por la violencia entre la guerrilla y la fuerza armada.

Uno de los pasos importantes en este proceso es retomar y entender la guerra como un proceso violento en el cual Gilligan (2001) lo define violencia como: “toda acción, voluntaria o involuntaria, de un actor explícito o implícito, que inflige un daño a otros o a uno mismo, que conduce a la disminución de las capacidades vitales (físicas o emocionales) hasta el extremo de la muerte.

Al comparar la definición con la realidad social, podemos entender que la prolongación de la guerra o en este caso de acciones violentas se convierte en un hábito, una justificación para resolver los mismos problemas grandes o pequeños en una sociedad donde las relaciones humanas están deterioradas de raíz.

Por lo tanto, el impacto de la guerra según Martín-Baro (1984)  afirma que la salud mental de un grupo humano, debe de cifrarse por las relaciones sociales, la salud del pueblo salvadoreño tiene que encontrarse en un estado de deterioro. Dicha afirmación,  no debería de entenderse como síndromes individuales, es decir, que debe comprenderse desde la colectividad a la interioridad individual; las secuelas pueden situarse en varios niveles y pueden afectar de distintas formas, puede verse en un caso aislado de la afectación emocional, pero en otros casos será una familia, un grupo determinado y aún toda una comunidad.

 Martín-Baró (1984) no pretendía hacer la comparación en el que se percibiera la sociedad salvadoreña como enferma, sino es  la convivencia social del país la cual, está fracturada y desgastada, donde se vive con  normalidad cotidiana en las relaciones sociales. Es por ello, que la visión de la atención a salud mental es más enfocada en la causalidad y no solo trabajar con los síntomas.

Por estas razones debemos de conocer la realidad dolorosa de nuestro pueblo, de las víctimas sobrevivientes no podemos negar la historia, la visión de conocer la verdad y no evadir o reprimir el derecho a la recuperación de la memoria histórica, ya que nos da la pauta, de saber y no invisibilizar el dolor de las personas, ya que puede conducir a la no reparación para que las personas logren alcanzar la resignificación del sufrimiento de su herida personal.

Desde este punto considero que el trabajo psicosocial en el IDHUCA y otras instancias que trabajan con la asistencia a personas que han sufrido violencia, no debe de quedar solo en la invisibilidad ya que,  provoca más vulnerabilidad sino es enfocada al valor de la memoria tanto individual como colectiva.
Esto se logra mediante el reconocimiento y el cambio en las relaciones sociales, según Martín Baró (1984) es necesario “un nuevo contrato social” conociendo la realidad mediante una educación en la convivencia y no en utilizar la violencia para imponer una propia solución, de esta forma se reconstruiría una nueva sociedad.

Referencias bibliográficas
Martín-Baro, I. (2000) Psicología social de la guerra: selección e introducción de Ignacio Martín-Baró (3ª ed). San Salvador: UCA.
Gilligan, J. (2001) Violence Reflections on National Epidemic (1ª ed). Asociación Bienestar Yek Ineme