Paola Guerrero
Psicóloga IDHUCA
En
el año 2012 fuimos diez voluntarios y voluntarias estudiantes de psicología que
iniciamos el trabajo psicosocial en el Instituto de Derechos Humanos de la Universidad
Centroamericana “José Simeón Cañas”, IDHUCA. Colaboramos en
el acompañamiento psicológico con personas que vivieron el conflicto armado en
El Salvador. La idea central era brindar el sostenimiento emocional a las
personas al momento de brindar su testimonio en su participación en el Tribunal para la Aplicación de Justicia
Restaurativa.
Desde
esa experiencia se inicio un proceso de desaprender la guerra tanto como equipo
de trabajo, como también, el comprender la dinámica de antes, el durante y el después de la
guerra. Las historias narradas estaban enfocadas en un contexto socio-político
violento, sus experiencias suscitaban en
propios actos vistos, ejecutados o presenciados en algunas ocasiones no
conscientes de ser acciones violentas.
La
fuerza que se ejercía en el contexto social fue parte de la identificación
grupal y la construcción del enemigo como en algunos casos procesos psicosociales
facilitadores de la violencia. Desde está lectura, las secuelas psicológicas en
la mayoría de las personas que sobrevivieron la guerra son reacciones normales
ante situaciones anormales. Es decir, que en ese momento de los años 80 hasta
los Acuerdos de Paz en el año 1992, las personas que ahora relatan sus
historias identifican el momento en que tuvieron que huir para sobreguardar sus
vidas; este desplazamiento por la guerra, enfatizan sentirse siempre alerta,
con mucha desconfianza en sus amistades y
familiares y el constante sentimiento de miedo a ser
descubiertos porque han hablado del pasado, y como consecuencia perciben el
impacto en sus vidas o en sus familias.
Se puede entender que se ha vuelto omnipresente está inseguridad en las
personas tanto en su pasado como en su presente.
Por
estas razones el trabajo psicosocial se vuelve importante, al abordar las
relaciones sociales de manera interpersonal e intragrupal. Esta perspectiva
permite apreciar un panorama amplio en el tema de la salud mental no solo en
las historias independientes de algunas de las personas de comunidades como
Arcatao, Chalatenango; Tecoluca, San Vicente; Santa Marta, Cabañas; EXCOPPES
(Comité de ex-presos políticos de El Salvador) sino la salud mental luego de
procesos y contextos de ejercicio de poder y control desencadenados por la
violencia entre la guerrilla y la fuerza armada.
Uno de los pasos importantes en este proceso es retomar y
entender la guerra como un proceso violento en el cual Gilligan (2001) lo
define violencia como: “toda acción, voluntaria o involuntaria, de un actor
explícito o implícito, que inflige un daño a otros o a uno mismo, que conduce a
la disminución de las capacidades vitales (físicas o emocionales) hasta el
extremo de la muerte.
Al
comparar la definición con la realidad social, podemos entender que la
prolongación de la guerra o en este caso de acciones violentas se convierte en
un hábito, una justificación para resolver los mismos problemas grandes o
pequeños en una sociedad donde las relaciones humanas están deterioradas de
raíz.
Por
lo tanto, el impacto de la guerra según Martín-Baro (1984) afirma que la salud mental de un grupo
humano, debe de cifrarse por las relaciones sociales, la salud del pueblo
salvadoreño tiene que encontrarse en un estado de deterioro. Dicha afirmación, no debería de entenderse como síndromes
individuales, es decir, que debe comprenderse desde la colectividad a la
interioridad individual; las secuelas pueden situarse en varios niveles y
pueden afectar de distintas formas, puede verse en un caso aislado de la afectación
emocional, pero en otros casos será una familia, un grupo determinado y aún
toda una comunidad.
Martín-Baró (1984) no pretendía hacer la
comparación en el que se percibiera la sociedad salvadoreña como enferma, sino
es la convivencia social del país la
cual, está fracturada y desgastada, donde se vive con normalidad cotidiana en las relaciones
sociales. Es por ello, que la visión de la atención a salud mental es más
enfocada en la causalidad y no solo trabajar con los síntomas.
Por
estas razones debemos de conocer la realidad dolorosa de nuestro pueblo, de las
víctimas sobrevivientes no podemos negar la historia, la visión de conocer la
verdad y no evadir o reprimir el derecho a la recuperación de la memoria
histórica, ya que nos da la pauta, de saber y no invisibilizar el dolor de las
personas, ya que puede conducir a la no reparación para que las personas logren
alcanzar la resignificación del sufrimiento de su herida personal.
Desde
este punto considero que el trabajo psicosocial en el IDHUCA y otras instancias
que trabajan con la asistencia a personas que han sufrido violencia, no debe de
quedar solo en la invisibilidad ya que,
provoca más vulnerabilidad sino es enfocada al valor de la memoria tanto
individual como colectiva.
Esto
se logra mediante el reconocimiento y el cambio en las relaciones sociales,
según Martín Baró (1984) es necesario “un nuevo
contrato social” conociendo la realidad mediante una educación en la
convivencia y no en utilizar la violencia para imponer una propia solución, de
esta forma se reconstruiría una nueva sociedad.
Referencias bibliográficas
Martín-Baro, I. (2000) Psicología
social de la guerra: selección e introducción de Ignacio Martín-Baró (3ª ed). San
Salvador: UCA.
Gilligan, J. (2001) Violence
Reflections on National Epidemic (1ª ed). Asociación Bienestar Yek Ineme
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