¿POR QUÉ NO HAY TELÉFONO EN EL CIELO?
San Salvador, 26 de marzo de 2009. Este día el Tribunal internacional para la aplicación de la justicia restaurativa en El Salvador escuchó los impactantes testimonios de Erlinda de Franco, cuyo esposo, Manuel Franco, fue ejecutado; Esperanza Cortés, quién denunció la desaparición de sus dos hermanas, y de Miriam Ayala y Julio Rivera, sobrevivientes de la masacre de Las Aradas, ocurrida en el departamento de Chalatenango el 14 de mayo de 1980.
El esposo de Erlinda, Manuel Franco, era líder del Frente Democrático Revolucionario cuando fue secuestrado junto a siete dirigentes políticos y asesinado por un grupo paramilitar el 27 de noviembre de 1980. En un comunicado de prensa publicado en el diario salvadoreño El Mundo, la “Brigada Anticomunista General Maximiliano Hernández Martínez”, se responsabilizó del hecho.
Esperanza, por su parte, habló sobre su experiencia buscando a dos hermanas desaparecidas: Sandra y Doris, esta última estaba embarazada cuando la raptaron. Su esposo también fue apresado y torturado, hasta que finalmente lo exiliaron. “Nunca perdí la esperanza de que cuando todo esto terminara, yo iba a reiniciar la búsqueda de mis hermanas”, declaró la señora Cortés.
La tarde estuvo aún más carga de emociones fuertes. Los relatos de Miriam y Julio impusieron el silencio entre los asistentes. Narraban su padecimiento como sobrevivientes de la masacre de Las Aradas. Con las manos en la frente y la mirada al cielo, Miriam hacía una pausa para recomponerse luego de haber declarado: “Yo lo recuerdo y mis heridas no han sanado, tenía doce años cuando fue la masacre y mi hermana de catorce murió ahí”. Su padre y su hermano también habían sido asesinados un mes antes.
Finalmente fue el turno de Julio Rivera, quien también escapó de la muerte, una suerte que no tuvieron sus veinte familiares masacrados. Tenía siete años cuando todo ocurrió y se salvó gracias a que pudo pasar el río Sumpul con su padre unos días antes de la masacre. Desde el otro lado vieron y escucharon lo ocurrido, el ejército salvadoreño acorraló a la población en el río que sirve de límite con Honduras y la armada de ese país evitó que la gente huyera.
Ambos relataron que los niños y las niñas eran separados de sus madres y asesinados frente a ellas de forma salvaje. El río, cuentan, tenía un color achocolatado, y estaba inundado de personas que aunque no sabían nadar no tenían más opción que lanzarse para escapar de las balas. Una buena parte murió ahogada. “Cunado veo que a la gente le llaman de Estado Unidos sus familiares, tengo envidia. ¿Por qué no hay teléfono en el cielo?” se preguntó Julio. Mañana, el tribunal escuchará los testimonios de los sobrevivientes de la masacre de La Raya en San Vicente y emitirá su fallo.
Patrocinan esta iniciativa: la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID), la Fundación por la Justicia, el Consejo General del Poder Judicial, Intermon Oxfam, la Asociación de Antiguos Alumnos de Jesuitas Valencia, la Fundación de los Derechos Humanos de la Comunidad Valenciana, el Centro UNESCO de Valencia y el Club de Encuentro de Valencia.
El esposo de Erlinda, Manuel Franco, era líder del Frente Democrático Revolucionario cuando fue secuestrado junto a siete dirigentes políticos y asesinado por un grupo paramilitar el 27 de noviembre de 1980. En un comunicado de prensa publicado en el diario salvadoreño El Mundo, la “Brigada Anticomunista General Maximiliano Hernández Martínez”, se responsabilizó del hecho.
Esperanza, por su parte, habló sobre su experiencia buscando a dos hermanas desaparecidas: Sandra y Doris, esta última estaba embarazada cuando la raptaron. Su esposo también fue apresado y torturado, hasta que finalmente lo exiliaron. “Nunca perdí la esperanza de que cuando todo esto terminara, yo iba a reiniciar la búsqueda de mis hermanas”, declaró la señora Cortés.
La tarde estuvo aún más carga de emociones fuertes. Los relatos de Miriam y Julio impusieron el silencio entre los asistentes. Narraban su padecimiento como sobrevivientes de la masacre de Las Aradas. Con las manos en la frente y la mirada al cielo, Miriam hacía una pausa para recomponerse luego de haber declarado: “Yo lo recuerdo y mis heridas no han sanado, tenía doce años cuando fue la masacre y mi hermana de catorce murió ahí”. Su padre y su hermano también habían sido asesinados un mes antes.
Finalmente fue el turno de Julio Rivera, quien también escapó de la muerte, una suerte que no tuvieron sus veinte familiares masacrados. Tenía siete años cuando todo ocurrió y se salvó gracias a que pudo pasar el río Sumpul con su padre unos días antes de la masacre. Desde el otro lado vieron y escucharon lo ocurrido, el ejército salvadoreño acorraló a la población en el río que sirve de límite con Honduras y la armada de ese país evitó que la gente huyera.
Ambos relataron que los niños y las niñas eran separados de sus madres y asesinados frente a ellas de forma salvaje. El río, cuentan, tenía un color achocolatado, y estaba inundado de personas que aunque no sabían nadar no tenían más opción que lanzarse para escapar de las balas. Una buena parte murió ahogada. “Cunado veo que a la gente le llaman de Estado Unidos sus familiares, tengo envidia. ¿Por qué no hay teléfono en el cielo?” se preguntó Julio. Mañana, el tribunal escuchará los testimonios de los sobrevivientes de la masacre de La Raya en San Vicente y emitirá su fallo.
Patrocinan esta iniciativa: la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID), la Fundación por la Justicia, el Consejo General del Poder Judicial, Intermon Oxfam, la Asociación de Antiguos Alumnos de Jesuitas Valencia, la Fundación de los Derechos Humanos de la Comunidad Valenciana, el Centro UNESCO de Valencia y el Club de Encuentro de Valencia.
1 comentario:
¿y el fallo?
Una hora después de lo planteado, no habia empezado la lectura.
Y no he encontrado nada en los diarios.
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