En el pasado inmediato son claras las deudas en términos
de justicia y reparación como en el caso de los Jesuitas (1989)
respecto sus autores intelecturales, innumerables casos de graves
violaciones de derechos humanos durante nuestra guerra civil, así
como casos a lo largo de los años setenta como procesos de
persecución y exterminio de la académicos, estudiantes, docentes,
campesinos, iglesia, etc.
El fondo común de todos estos casos es la autoridad
concedida o asumida por las Fuerzas Armadas respecto a la conducción
del país, ostentando el poder político, y por tanto decisión sobre
cuestiones claves del país, con el problema serio que supuso que la
institución armada se arrogase por encima de cualquier voluntad
política y ordenamiento jurídico, sobre la vida de las personas.
Este es el pasado de las Fuerzas Armadas en el país,
situación común con otros sociedad donde privó el autoritarismo
militar como Chile, Brasil, Argentina por citar sólo algunos casos.
Los Acuerdos de 1992 dispusieron separar la
responsabilidad de la seguridad pública de las Fuerzas Armadas en la
medida que los Cuerpos de Seguridad (la Guardia Nacional, la Polícia
de Hacienda y la Policía Nacional) se conviertieron en instrumento
de represión de los civiles, especialmente de la Oposición
política.
Que ahora se piense que las Fuerzas Armadas pueden ser
la solución al problema de la violencia y de la delincuencia, es un
error de dimensiones descomunales. No sólo invalida el esfuerzo
limitado que ya hace la Policía Nacional Civil, sino que también
nos podemos acercar a situaciones similares como la acontecida en
2014 en el caso de Tlatlaya, México donde se suponía que el
Ejército se había enfrentado con presuntos narcotraficantes con el
resultado de 22 civiles muertos y cero rasguños para los militares.
Posteriores investigaciones demostraron que en realidad el Ejército
ajustición a las 22 personas y montó la escena para hacerla parecer
un enfrentamiento.
Este es el tipo de situaciones a la que no debemos
llegar. La violencia y la delincuenta requiere de soluciones audaces,
urgentes de corto y largo plazo. Pero la Fuerza Armada no es la
solución.
Luis Monterrosa - Director
Editorial 23 de abril 2015
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