Hace 188 años El Salvador y toda Centroamérica se liberaron de España. No hubo guerra entre las partes; la milicia no fue necesaria. Después, la Federación se dividió. Ocurrieron múltiples enfrentamientos, luchas entre liberales y conservadores; variados intereses impidieron progreso a la región. Los ejércitos se consolidaron como actores principales en esa convulsa historia, manchándola con sangre indígena y campesina.
En el país se rebeló Anastacio Aquino en 1833 y en 1932 tuvo lugar la masacre de pueblos originarios en el occidente. La participación marcial en ambos hechos fue determinante para aplastar a quienes reclamaban por la creación de tributos que les afectaban, el trabajo público forzoso y la expropiación de tierras comunales. Se consolidaron los gobiernos castrenses; sucesivos golpes de Estado y fraudes, sirvieron para mantener el predominio militar durante seis décadas mediante la persecución de opositores y represión de cualquier protesta.
¿Por qué, entonces, el culto a la Fuerza Armada en las “celebraciones patrias”? Ha sido una mala costumbre desplegar tropas en las principales calles durante cada 15 de septiembre, mientras los aviones surcan el cielo. No sólo gastan enormes recursos injustificadamente, en medio de las crisis; también se presume de un “poderío” igualmente caduco. Además, la niñez y la juventud reciben un mal mensaje: que ese es el “sostén de la independencia”. Nada más alejado de la realidad. En 1821 no se disparó ni una bala; además, hay países que carecen de ejército sin perder soberanía y viven en democracia.
Presentando a los “camuflados” como “héroes de la Patria” y protagonistas principales en este aniversario se falsea la historia, impide la consolidación de una cultura de paz e ignora el dolor de quienes han sido sus víctimas en el pasado reciente y lo siguen siendo en el presente. En este ritual, sería mejor promover valores como la solidaridad, el compromiso con las personas en situación de vulnerabilidad y la justicia, destacando a mujeres y hombres próceres de la independencia que los encarnan. Además, la historia salvadoreña cuenta con seres humanos que enorgullecen a la Patria porque aportaron a la liberación de su pueblo: Rutilio Grande, monseñor Romero, María Julia Hernández y tanta gente que entregó su vida por las víctimas de la exclusión, la violencia y la impunidad.
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