viernes, 22 de abril de 2011

El pez por la boca muere

“Los precios en El Salvador están bien altos. Por las nubes. Y siguen subiendo y subiendo. Sólo el gobierno parece no darse cuenta. Todos sufren por los altos precios, principalmente la clase media y los pobres. El aumento del costo de la vida, ¿adónde va ir a parar?” La mayoría de personas, seguramente estará de acuerdo con lo anterior. Es un diagnóstico atinado y condensado de lo que está ocurriendo actualmente en el país, cuyo contenido difícilmente puede ser refutado. Sin embargo, no es el resultado de un sondeo de opinión ni un juicio formulado por quien escribe estas líneas acerca de la situación que, al día de hoy, constituye la principal aflicción de la gente. Sólo la delincuencia y la incontrolable violencia en sus diversas manifestaciones, le pelean el primer lugar en la competencia de los males que afectan a la población salvadoreña. Tampoco es la transcripción textual de algún alegato formulado por la oposición política más visceral, durante la última sesión plenaria en la Asamblea Legislativa. Si le ponen atención a lo que sigue, se darán cuenta de qué se trata.

“¡Es hora de cambiar! Mauricio Presidente, ¡un cambio seguro!”. Sí. Se trata de eso; no se equivoca. Así finalizaba un spot, uno entre tantos de la larga y costosa campaña proselitista –iniciada antes del plazo constitucional establecido– que impulsó al FMLN y a su candidato hasta la Casa Presidencial. Ahora están donde querían y desde donde podían transformar el país, según lo prometieron. Y es que en otro de esos anuncios electoreros, se le preguntaba al público destinatario: “¿Usted cree que los que no supieron gobernar cuando todo iba bien, van a saber hacerlo ahora?”. Eso indica que al pedir el voto ciudadano para sí, lo hacían conociendo que se nos venía encima el agravamiento de una crisis mundial de varios rostros: financiera, alimentaria, energética, ambiental y más.

Pero ellos, a diferencia del mal trabajo de los otros y pese a todo, se ofrecían como los conocedores de la fórmula para superar los problemas más graves. O, al menos, eran los indicados para evitar que la población resultara tan golpeada; sobre todo, “la clase media y los pobres”. Bien recordará bastante gente, además de los anuncios de “ciudad mujer” y la “fábrica de empleos”, aquéllos en las que aparecían hombres y mujeres de oficina “trabajando” en la gestación de la “esperanza” que estaba naciendo y la formulación de los planes para el “cambio” que vendría con el nuevo gobierno. Algunas de esas personas que “actuaban” entonces como funcionarias y funcionarios de ficción, asumieron puestos claves reales en el manejo de los asuntos nacionales el 1 de junio del 2009.

Pensar que antes y después de las elecciones en las que triunfaron no tenían idea de la “herencia maldita” que estaban por recibir, es creer en flores de papel que se les echa agua y crecen. Quizás no sabían los detalles, pero el tamaño sí. Así tildó Mauricio Funes, ya no candidato sino presidente, al paquete que recibió; lo hizo después de que una veintena de personas murieron incineradas, el 20 de junio del año pasado, cuando un grupo de criminales de la peor calaña quemó el bus en el que viajaban.

Por privilegiar intereses de grupos reducidos pero todopoderosos, los gobiernos anteriores minaron la capacidad estatal para mejorar la vida de las mayorías populares. Eso es del todo cierto. El problema es que durante los ya casi dos años con el del “cambio”, esa “herencia maldita” ha sido la disculpa oficial predilecta para justificar la permanencia de los mismos males.

Y esa excusa la emplean cuando se habla de los derechos humanos más violados en El Salvador de estos días: el de la seguridad de las personas y su patrimonio, junto a los económicos y sociales. Esa es la recurrente y ya gastada respuesta a las demandas de una población que, hoy por hoy, no alcanza a ver cómo comienzan siquiera a mostrarse las soluciones en esos asuntos. Y es la de nunca acabar: se le echa la culpa a otros pero no se impulsan acciones decididas, adecuadas y creativas para superarlos. Al hablar sobre esto, alguien me dijo:

“Mire el 2008, fue un año duro por la ‘gas’, Lo recuerdo porque me tocó ajustarme mucho. Y pasaba ‘puetando’ a Saca, mientras la derecha sacaba el argumento de que era la crisis, el petróleo… Y que eso no lo controla el gobierno. Yo recuerdo que todos los ‘izquierdosos’ criticaban. Nosotros también porque –si bien ese argumento es parcialmente válido– Saca a la par tomaba decisiones que nos afectaban más. Además no previó los efectos, teniendo la información. Funes también tenía una proyección sobre el panorama económica mundial. Y es que a un gobernante no se le juzga por la suerte del contexto que le tocó administrar, sino por cómo lo administra”.

Así las cosas, como antes la economía salvadoreña sigue de mal en peor. A un deprimido mercado laboral, debe sumarse el alto costo de la vida que sigue subiendo. La primera quincena de abril ha sido particularmente difícil con el acelerado crecimiento de los precios de los combustibles y con el incremento al del gas, porque aunque se reciba el subsidio oficial siempre se paga cerca de un dólar más; también con el encarecimiento de la energía y, como consecuencia de todo lo anterior, el de la canasta básica.

Sin duda, en nuestra sociedad predomina la iniquidad pues se excluye a las mayorías populares mientras los sectores incluidos son cada vez menores. Por eso, al cierre del 2010, el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (IUDOP) constató que la población tenía una valoración bastante negativa de su situación: el 67.9 % afirmó que el costo de la vida aumentó mucho y el 15.4 dijo que aumentó algo. De hecho, cada vez más gente percibe que la pobreza en el país es mayor; eso ha crecido considerablemente, sobre todo respecto a las opiniones que externaba al cierre del 2009 cuando aún se respiraba un ambiente más optimista, asociado con la “alternancia” en el control del Órgano Ejecutivo.

“El pez por la boca muere”, dice el refrán popular. Pero también puede vivir y vivir con dignidad, si honra su palabra. Superada la etapa inicial de “aprendizaje”, esta administración presidencial ya consumió más de la tercera parte de su período. Este gobierno que ofreció el nacimiento de la esperanza y la venida de un cambio tan anhelado, ya no puede ser “consentido” por el ojo crítico de la sociedad como se pedía −implícita o explícitamente− cuando comenzó a dar sus primeros pasos. Debe ser juzgado y encarado sin regateos para que mejore en lo que le queda de vida.

También se debe hacer este ejercicio con quienes administraron tan mal la “cosa pública” durante tantos años y ahora, desde la oposición, “tiran piedras” como si estuvieran libres de pecado; o aprovechan la búsqueda de apoyos legislativos por parte del Órgano Ejecutivo, para salir “gananciosos” desde la trinchera política que llaman “derecha social”.

Antes de que se cierre el peligroso círculo de frustración y el desencanto se apodere del alma nacional después de ver cómo unos y otros gobiernan, El Salvador debe despertar y actuar con urgencia. No hay otra salida. Cuando la situación es desesperante pero hay esperanza, se avanza; cuando no la hay, se estalla. Por eso hay que buscar la esperanza donde se puede encontrar y trabajar por el cambio real con quien puede lograrlo: en la sociedad. Sólo una sociedad demandante, tendrá un Estado garante del respeto de sus derechos.

Benjamín Cuéllar


(Artículo publicado en Contra Punto)

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