viernes, 11 de marzo de 2011

TRES MUJERES INOLVIDABLES

En un país con una historia como la nuestra, donde la injusticia estructural ha determinado para mal el destino de sus mayorías populares, a casi dos décadas del fin de la guerra cualquier mes entre 1975 y 1991 es heroico y martirial. Pero entre los doce, marzo es especial. Durante el mismo murieron a manos de los poderes visibles y ocultos el jesuita Rutilio Grande y sus acompañantes campesinos, un adulto mayor y un adolescente, en 1977; también su amigo y VI Arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Arnulfo Romero, en 1980; Koos Koster y otros cinco periodistas holandeses, cayeron en 1982. A ellos, reconocidos todos dentro y fuera del país con nombre y apellido, hay que agregar las personas que igualmente fueron ejecutadas en marzo y sólo son recordadas por sus familias debido al encubridor e infame silencio oficial; también están las que siguen siendo honradas por sus comunidades.

Entre ese universo de seres humanos dignos que son y seguirán siendo evocados cada marzo, hoy toca rendir homenaje a tres mujeres ejemplares que ocupan un lugar privilegiado en la memoria del pueblo salvadoreño, por haber sido incansables e intransigentes defensoras de su dignidad.

La primera de ellas: Marianella García Villas. Fundadora de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador, fue emboscada por tropas gubernamentales en una zona ubicada entre el cerro de Guazapa y Suchitoto el 14 de marzo de 1983. En el hecho criminal murió un numeroso grupo de personas, casi todas de origen campesino. Se afirma que Marianella fue capturada aún con vida y trasladada en helicóptero a un cuartel, donde fue violada sexualmente y torturada de otras formas, para luego ser asesinada.

Nueve días después, la Comisión Española por los Derechos Humanos y la Paz en El Salvador publicó en el periódico “EL PAÍS” un artículo colectivo en “homenaje a su memoria, a su trabajo, al holocausto de su vida dedicada –con una categoría profesional y ética absolutamente excepcionales– a la causa del pueblo salvadoreño y la defensa de sus derechos y libertades”. Encabezaba el pronunciamiento que incluía la denuncia enérgica de la barbarie en nuestras tierras, la firma del primer Defensor del Pueblo español: don Joaquín Ruiz-Giménez.

Quince meses antes, el 11 y 12 de diciembre de 1981, habían sido masacradas alrededor de mil personas en el cantón El Mozote y sus alrededores, en el departamento de Morazán. El ejército criminal no distinguió sexo ni edades. Pero quedó una víctima sobreviviente: Rufina Amaya, quien con su testimonio valiente desenmascaró la versión oficial al denunciar dentro y fuera del país la verdad de los hechos.

“Yo vi a mi madre siete días después… –cuenta Fidelia Márquez Amaya, hija de Rufina– Me impactó verla, estaba como un esqueleto, toda transparente, pálida y los ojos inflamados de llorar… Me vio y habló… Me dijo: ‘Todos los niños se me murieron… Todos quedaron allá, toda la gente las mataron… Dios me ha salvado… Dios me ha elegido para algo”. Y cumplió con los designios del Creador, proclamando la verdad de lo ocurrido y señalando a sus responsables hasta el día que partió físicamente de este mundo: el 6 de marzo del 2007.

Veinticuatro días después, el 30 de marzo, la siguió María Julia Hernández. A ella, el Instituto de Derechos Humanos de la UCA le dedicó las siguientes palabras:

Murió ya la madre de las víctimas salvadoreñas y la hermana mayor de quienes intentan hacer valer los derechos humanos en El Salvador. Madre ternura y hermana ejemplar; mujer de la denuncia clara e intransigente. Se fue en marzo. No podía ser en otro tiempo. Romero, Rutilio, Rufina y Marianella también partieron entonces y por eso la llevaron a su lado en este mes martirial tan simbólico. Se fue María Julia. ¿Adónde está? ¿Adónde se ha ido?

Adonde siempre. Al lado de las víctimas, acompañándolas; y frente a los victimarios, encarándolos. En la primera fila de la batalla contra la injusticia y la impunidad, buscando y encontrando a las y los mártires que desapareció un infame Estado, hecho crimen organizado para enfrentar –sin vergüenza– a un pueblo en lucha por su liberación. Al lado de ese pueblo que sigue sufriendo y que –con su partida– sufre más pero se inspira para buscar y encontrar la verdad, la justicia y la paz.

Que no se sientan aliviados los terroristas de Estado con su ausencia física. Si pueden, mejor tiemblen de remordimiento y arrepiéntanse de sus crímenes porque María Julia no les dio ni les dará tregua. En vida derramó en esta tierra su dignidad para dignificar a las víctimas y, con ellas, revertir la historia de maldad. Hoy al lado del Padre, junto a Romero y Rutilio, Marianella y Rufina, continuará infundiéndole valor al pueblo salvadoreño, aún crucificado pero en camino hacia su resurrección”.

A la fecha, ninguna de ellas ha muerto. Las tres alzaron el vuelo en el marco del día internacional de la mujer, pero para convertirse en inspiradoras y representantes de millones de salvadoreñas que –desde sus condiciones de vulnerabilidad– luchan por sus hijas y sus hijos, pero también de aquellas que libran sin tregua la batalla para que otras hijas y otros hijos vivan en un nuevo El Salvador, donde se pueda disfrutar de una paz cierta cimentada en la verdad y la justicia.

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