El 10 de junio del año pasado, el presidente de la República anunció que el Consejo Nacional para
Siete meses y medio más tarde, su jefe la destituyó. En esa abrupta remoción y las de Juan Pablo Durán de
La gente tiene derecho a saber qué hicieron mal; si se les echó por ineptos, corruptos o por defender intereses particulares. Peor aún si cometieron delitos; eso amerita persecución penal y no sólo separación. A diferencia de otras experiencias, hoy no todas las personas agacharon la cabeza ni salieron por la puerta trasera; al contrario, denunciaron supuestas arbitrariedades.
En el caso Cuenca, el presidente justificó su decisión escuetamente: “pérdida de confianza” y falta de “resultados concretos que impliquen un cambio visible respecto a gestiones anteriores”. Motivos poco cristalinos. ¿Por qué le pérdida de confianza? La funcionaria destituida declaró que el mandatario le ordenó despedir al director de artes, Óscar Soles, pero ella consideró que no encontraba razones para ello y desobedeció; también reveló haberse opuesto a que
Y el argumento de la falta de resultados palpables debería preocupar a otros funcionarios como los del gabinete de seguridad, porque en ese tema no hay ninguno; al menos para bien. Más homicidios, más soldados en esas tareas, más descrédito policial y más frustración de la gente, es lo que se observa. ¿Qué varió entonces?
No es lo mismo gobernar con autoridad que hacerlo autoritariamente. No dar a conocer el fundamento de las decisiones que impactan en temas nacionales importantes –en este caso la cultura– u ofrecer explicaciones vagas, ubica a quien actúa así más cerca de lo segundo: desde la imposición. Autoridad no es eso; viene del latín augere, que significa “hacer crecer”. Ese es el cambio, que El Salvador y su gente crezcan; no que sigamos igual que antes.
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