Objetivos del
Desarrollo Sostenible
Publicado por diario CoLatino el 1 noviembre, 2016, en la sección Opiniones
José María Tojeira
Después de los objetivos del milenio, cuya fecha final
fue el 2015, la ONU
ha lanzado los objetivos de desarrollo sostenible, que tienen de plazo hasta el
2030. Son 17 objetivos que pretenden solucionar al menos tres graves problemas
de la humanidad: En primer lugar erradicar la pobreza extrema. Iniciar al mismo
tiempo un proceso sistemático de lucha contra la desigualdad y la injusticia. Y
finalmente solucionar la amenaza del cambio climático, sin cuya superación será
imposible desterrar la pobreza extrema. En este contexto el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, ha realizado su último informe de
desarrollo regional para América Latina y el Caribe. La pobreza, la desigualdad
y la violencia continúan apareciendo en el informe, aunque se recogen también
una serie de avances en la superación de la pobreza. El desafío ahora es
impedir una nueva caída en procesos de retorno a la pobreza, en medio de la
crisis de los productos de exportación y la ralentización del crecimiento
económico.
En medio de esta problemática, el informe tuvo la
buena idea de investigar entre la gente de nuestros países latinoamericanos, lo
que para las personas comunes de nuestro subcontinente son las claves del
progreso personal e individual. En medio de una amplia variedad de respuestas
hay tres elementos que se repitieron de un modo sistemático, prácticamente en
todos los países. Los entrevistados en la investigación dicen que para salir de
los problemas de pobreza, violencia y desigualdad son indispensables tres
elementos: La educación, el trabajo digno y el apoyo familiar. Tres dimensiones
clave que deberían estar presentes en toda elaboración de políticas públicas y
en todo programa político serio. Y sin embargo, a pesar de los retos que
tenemos, a pesar del pensamiento noble y sencillo de nuestro pueblo, ni la
educación, ni el trabajo digno ni la protección de la familia aparecen como
prioritarios dentro de los proyectos de desarrollo, o incluso dentro de los
sistemas de transferencias y subsidios.
La educación, nunca lo repetiremos en vano, no se está
impulsando al ritmo necesario para salir del subdesarrollo, de la
vulnerabilidad y de la desigualdad. En tiempos de ARENA se hizo un esfuerzo
inicial tras la firma de la paz que consiguió prácticamente universalizar la
primaria. Después la lentitud y la ineficiencia se hicieron dueñas del sistema
público, salvo algunas excepciones. Con el FMLN pareció que despertaba un nuevo
impulso y un crecimiento mayor de la relación entre el PIB y el presupuesto
educativo. Cuando crecieron las esperanzas y se formuló un ambicioso plan de
reforma educativa se produjo, casi simultáneamente, una especie de
estancamiento en los fondos dedicados a educación. Si el fenómeno fuera
coyuntural se podría tolerar. Pero todo hace pensar que el frenazo va para
largo, vista la situación económica.
El trabajo digno está también en crisis. La cerrazón
de la patronal salvadoreña y sus cómodos sindicatos amigos a una revisión seria
del salario mínimo muestra la incomprensión del valor trabajo como fuente de
desarrollo. Los escasos planes de formalización del exceso de trabajo informal
existente, la parálisis del seguro social, que no acaba de integrar en un sólo
sistema de salud a todos los salvadoreños, la fuga sistemática y elitista de
capital público hacia formas de seguridad privada pintan un mal panorama para
el desarrollo del trabajo con salario digno o justo. La inquietud en la ciudadanía
persiste en este aspecto y hay que felicitar a una abogada que recientemente
introdujo un amparo constitucional pidiendo la declaración de
inconstitucionalidad de la actual legislación que regula los múltiples salarios
mínimos. Una adecuada regulación de los salarios, tanto a nivel privado como
público, es un paso indispensable para el desarrollo salvadoreño. Lo contrario
será continuar en la pésima tradición de desigualdad y violencia, estructural y
delincuencial, que ha caracterizado a nuestro país tradicionalmente.
La familia queda como el último reducto. Hace años
decían algunos estudios que los migrantes en Estados Unidos que enviaban una
mayor proporción de dinero a sus familiares, con respecto al salario que
recibían, eran los salvadoreños. Aun en medio de la disfuncionalidad y
problemas de algunas familias, lo cierto es que la familia sigue siendo en El
Salvador la mayor y más fuerte fuente de seguridad y apoyo frente a la pobreza,
la violencia y la vulnerabilidad. La solidaridad intrafamiliar es indudablemente
un factor positivo en los esfuerzos en favor del bienestar y el desarrollo.
Pero la familia salvadoreña tiene mucha veces que actuar en solitario. El
estado no la protege apenas frente a la violencia. Las redes estatales de
protección social son débiles, inequitativas y están con frecuencia pensadas en
favor de los minoritarios estratos de clase media.
¿Qué hacer?, podemos preguntarnos. En educación es
evidente que necesitamos optar por planes de largo plazo, ambiciosos y
universales. Si no iniciamos un recorrido que en un plazo relativamente corto
eleve al doble la inversión actual de educación, nunca superaremos ni el
subdesarrollo ni la violencia. El trabajo hay que empezarlo a considerarlo de
otra manera. Si bajo cualquier punto de vista lógico, el trabajo es económica,
humana y moralmente más importante que el capital, no es lógico que continúe,
en lo que respecta al salario mínimo, sujeto a controles de patronales sin
conciencia social. Y la familia permanece como gran desafío. Evidentemente hay
que protegerla frente a derivas violentas, machistas o situaciones de muy
diverso tipo marcadas por el abuso y la amenaza. Pero además de protegerla
frente a derivas negativas, hay que apoyarla tanto en lo que respecta al
trabajo y la educación como en los derechos a la propiedad, el crédito y la
vivienda digna. Invertir en la familia es la inversión más sólida. Y al estado
le toca diseñar planes y proyectos que tengan en cuenta este primer núcleo social, sin el cual no habrá convivencia ni futuro.
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