GLORIA Y MAURICIO: DOS NOMBRES, UNA
HISTORIA
Apenas
iniciado el segundo período presidencial del partido ARENA, el encabezado por
Armando Calderón Sol, uno de los periódicos de mayor circulación nacional
publicó una sugestiva fotografía en la portada de un suplemento especial. Era
el 10 de junio de 1994, una semana antes de la celebración en el país del día
del padre. La imagen de un sonriente bebé aparecía en lo alto, elevado por su
padre que lo sostenía en sus manos luciendo una cara radiante de felicidad. Esa
cara iluminada que veía en su hijo un futuro promisorio, era la de un joven
profesional radicado en territorio estadounidense pero deseoso de que su
primogénito naciera en El Salvador; era la de Ramón Mauricio García Prieto
Giralt.
Así
amaba él a su patria. La veía con esperanza después del fin de la guerra; la
veía democrática, respetuosa de los derechos humanos y en paz. Igual que su
hijo, quería que creciera para bien. Pero Ramón Mauricio no pudo ver crecer ni
a su hijo ni a su patria. Al primero no lo vio convertirse en un joven, ahora
de veinte años, porque en la tarde de ese fatídico día –el mismo en el que
apareció en el períodico– fue asesinado. A la segunda tampoco la vio llegar a
ser lo que han querido vender, oficialmente, todos los gobiernos de la
posguerra. En El Salvador la democracia real, seria y consistente, no existe ni
en los partidos políticos; los derechos humanos, sobre todo a la vida y a la
justicia, son quimeras; la paz solo se disfruta arriba y afuera de una realidad
lacerante para las mayorías populares.
Ese
10 de junio de hace dos décadas, un “escuadrón de la muerte” le arrebató la
vida a este joven padre de familia y ese día inició el cambio de las vidas de
Gloria y Mauricio, madre y padre de la víctima fatal. Sin imaginarlo entonces,
ese terrible hecho los convirtió en protagonistas de primera línea en la lucha
contra la impunidad de nuevo cuño. Ya no la que encubría a los autores de las
atrocidades ocurridas antes y durante la guerra, mediante la burda anulación de
las instituciones encargadas de investigarlas y sancionar a sus responsables.
Se trataba de la impunidad que seguía protegiendo a los criminales poderosos,
pero con el discurso y la marca de “nuevas instituciones” en un “nuevo El
Salvador”.
Gloria
y Mauricio comenzaron a tocar puertas. Primero, la del entonces arzobispo de
San Salvador; luego la del Instituto de Derechos Humanos de esta Universidad:
el IDHUCA. Fue monseñor Arturo Rivera y Damas quien les dijo, por primera vez,
que ese crimen no era delincuencia común. Mientras, estaba en su último hervor
el informe del Grupo Conjunto para la investigación de grupos armados ilegales
con motivación política. Ese documento publicado en julio de 1994, resultó del
difícil cumplimiento de una recomendación de la Comisión de la Verdad : la que planteaba investigar
de inmediato y a fondo esos grupos que, más allá del eufemismo usado para
nombrarlos de forma “políticamente correcta”, eran los “escuadrones de la
muerte” cuyo accionar impune lo ubicó –dicha Comisión– entre los “instrumentos
más atroces de la violencia que conmovió al país durante los últimos años”.
Esa
maquinaria criminal organizada y financiada por poderes formales y reales, no se
desmanteló tras el fin de los combates; tampoco después del informe del Grupo Conjunto,
pese a sus advertencias sobre el evidente proceso de mutación de los
“escuadrones de la muerte” –sin mencionarlos así– en medio de una situación de
violencia más compleja y sofisticada que la imperante antes de acabar el
conflicto armado. Para este ente, la “guerra sucia” impulsada como parte del
terrorismo de Estado era más “transparente y simple”.
En
ese entorno y tras una serie de asesinatos motivados políticamente en 1993, en
medio del proselitismo propio de las llamadas “elecciones del siglo”, uno de
esos “escuadrones” se encargó de golpear a la familia García Prieto Giralt. La
golpeó, sí, y muy fuerte; pero no logró que Gloria y Mauricio se achicaran. Al
contrario, crecieron. Su dolor se convirtió en fuente fecunda de fortaleza y
valentía, para enfrentar los monstruos individuales e institucionales que viven
y se lucran con la violencia que generan y la impunidad que los protege. ¿Por
qué afirmar con tanta convicción y contundencia que fue un “escuadrón de la
muerte” el que cumplió las órdenes fatales de alguien, para cegar la vida de
Ramón Mauricio? Por múltiples razones que se sintetizan en las conclusiones
preliminares de una investigación que ONUSAL –la Misión de Observadores
Naciones Unidas en El Salvador– inició el 28 de julio de 1994 tras recibir la
denuncia de Gloria y Mauricio.
Según
ONUSAL, detrás del asesinato de Ramón Mauricio no hubo causas políticas. Sin
embargo, lo consumaron individuos relacionados con aparatos estatales de
seguridad y agentes de los mismos que –además– participaron en la ejecución de
Francisco Vélis Castellanos en octubre de 1993. Vélis era un antiguo comandante
guerrillero y dirigente del entonces principal partido de oposición, el FMLN. Textualmente,
ONUSAL denunció que la “lentitud y el uso constante de ‘fuentes confidenciales’
en la investigación del asesinato del señor García Prieto, aun siendo una
constante en la DIC ,
obedecería a un posible intento de desviar las investigaciones, impidiendo
conocer los verdaderos implicados en el caso”.
Cerradas
las comillas de la cita anterior, cabe aclarar que la mencionada DIC era la División de Investigación
Criminal de la bisoña Policía Nacional Civil que –a partir del caso García
Prieto– comenzó a “sacar las uñas”. Más bien, esas “uñas siniestras” estaban
detrás de una corporación policial que prometía mucho… ¡en el papel de los
acuerdos! Pero en la práctica, la fueron desfigurando quienes la tomaron en sus
manos desde su nacimiento: firmantes de una “paz” solo para los guerreros y
guerreros comisionados para desnaturalizar el cumplimiento de los compromisos que
pactaron.
A
veinte años del inicio de su tragedia, Gloria y Mauricio han logrado atesorar
una dignidad que le ha hecho mucho bien al país; lo han conseguido con los
logros de su larga y valiente lucha contra la impunidad. El primero tiene que
ver con haber comenzado a develar el verdadero rostro que, en aquella época, se
escondía tras el “maquillaje” del afamado “proceso de pacificación” salvadoreño
y cuyo “retrato hablado” apareció en el informe del Grupo Conjunto que
investigó los “escuadrones de la muerte”.
La
segunda gran ganancia para El Salvador tiene el nombre de otras familias que, al
ver el ejemplo de Gloria y Mauricio, no agacharon la cabeza y lograron éxitos
parciales o totales en sus esfuerzos por alcanzar verdad y justicia. Casos como
los de William Gaytán y Adriano Vilanova, jóvenes asesinados también por
agentes policiales, fueron acompañados por el IDHUCA a pedido del padre del
primero y la madre del segundo que conocieron el apoyo brindado a Gloria y
Mauricio. Esta pareja emblemática, igual les señalaron el camino a los
familiares de Katya Miranda y del cadete Erick Mauricio Peña Carmona, por citar
otro par de casos entre tantos.
Además,
en la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, Gloria y Mauricio sentaron
en el banquillo de los acusados a un Estado que protege poderosos criminales al
no investigarlos. Y en noviembre del 2007 lograron su condena inapelable, que
lo obliga precisamente a hacer eso: investigar a todos los responsables,
materiales e intelectuales, y sancionarlos como es debido. Pese a que tanto
Antonio Saca como Mauricio Funes –jefes de Estado que debían cumplir la condena–
no asumieron ese reto, la impunidad no ha triunfado. Gloria y Mauricio seguirán
demandándole al actual jefe de Estado, Salvador Sánchez Cerén, hacer lo que no se
hizo antes: cumplir plenamente la sentencia de la Corte Interamericana.
Por último, quien no ha sido investigado debió abandonar sus probables
aspiraciones políticas y no pasará a la historia como referente de paz.
Gracias, pues, Gloria y Mauricio.
Benjamín Cuéllar
Investigador del IDHUCA
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