miércoles, 25 de junio de 2014

GLORIA Y MAURICIO: DOS NOMBRES, UNA HISTORIA

GLORIA Y MAURICIO: DOS NOMBRES, UNA HISTORIA

Apenas iniciado el segundo período presidencial del partido ARENA, el encabezado por Armando Calderón Sol, uno de los periódicos de mayor circulación nacional publicó una sugestiva fotografía en la portada de un suplemento especial. Era el 10 de junio de 1994, una semana antes de la celebración en el país del día del padre. La imagen de un sonriente bebé aparecía en lo alto, elevado por su padre que lo sostenía en sus manos luciendo una cara radiante de felicidad. Esa cara iluminada que veía en su hijo un futuro promisorio, era la de un joven profesional radicado en territorio estadounidense pero deseoso de que su primogénito naciera en El Salvador; era la de Ramón Mauricio García Prieto Giralt.

Así amaba él a su patria. La veía con esperanza después del fin de la guerra; la veía democrática, respetuosa de los derechos humanos y en paz. Igual que su hijo, quería que creciera para bien. Pero Ramón Mauricio no pudo ver crecer ni a su hijo ni a su patria. Al primero no lo vio convertirse en un joven, ahora de veinte años, porque en la tarde de ese fatídico día –el mismo en el que apareció en el períodico– fue asesinado. A la segunda tampoco la vio llegar a ser lo que han querido vender, oficialmente, todos los gobiernos de la posguerra. En El Salvador la democracia real, seria y consistente, no existe ni en los partidos políticos; los derechos humanos, sobre todo a la vida y a la justicia, son quimeras; la paz solo se disfruta arriba y afuera de una realidad lacerante para las mayorías populares.

Ese 10 de junio de hace dos décadas, un “escuadrón de la muerte” le arrebató la vida a este joven padre de familia y ese día inició el cambio de las vidas de Gloria y Mauricio, madre y padre de la víctima fatal. Sin imaginarlo entonces, ese terrible hecho los convirtió en protagonistas de primera línea en la lucha contra la impunidad de nuevo cuño. Ya no la que encubría a los autores de las atrocidades ocurridas antes y durante la guerra, mediante la burda anulación de las instituciones encargadas de investigarlas y sancionar a sus responsables. Se trataba de la impunidad que seguía protegiendo a los criminales poderosos, pero con el discurso y la marca de “nuevas instituciones” en un “nuevo El Salvador”.

Gloria y Mauricio comenzaron a tocar puertas. Primero, la del entonces arzobispo de San Salvador; luego la del Instituto de Derechos Humanos de esta Universidad: el IDHUCA. Fue monseñor Arturo Rivera y Damas quien les dijo, por primera vez, que ese crimen no era delincuencia común. Mientras, estaba en su último hervor el informe del Grupo Conjunto para la investigación de grupos armados ilegales con motivación política. Ese documento publicado en julio de 1994, resultó del difícil cumplimiento de una recomendación de la Comisión de la Verdad: la que planteaba investigar de inmediato y a fondo esos grupos que, más allá del eufemismo usado para nombrarlos de forma “políticamente correcta”, eran los “escuadrones de la muerte” cuyo accionar impune lo ubicó –dicha Comisión– entre los “instrumentos más atroces de la violencia que conmovió al país durante los últimos años”.

Esa maquinaria criminal organizada y financiada por poderes formales y reales, no se desmanteló tras el fin de los combates; tampoco después del informe del Grupo Conjunto, pese a sus advertencias sobre el evidente proceso de mutación de los “escuadrones de la muerte” –sin mencionarlos así– en medio de una situación de violencia más compleja y sofisticada que la imperante antes de acabar el conflicto armado. Para este ente, la “guerra sucia” impulsada como parte del terrorismo de Estado era más “transparente y simple”.     

En ese entorno y tras una serie de asesinatos motivados políticamente en 1993, en medio del proselitismo propio de las llamadas “elecciones del siglo”, uno de esos “escuadrones” se encargó de golpear a la familia García Prieto Giralt. La golpeó, sí, y muy fuerte; pero no logró que Gloria y Mauricio se achicaran. Al contrario, crecieron. Su dolor se convirtió en fuente fecunda de fortaleza y valentía, para enfrentar los monstruos individuales e institucionales que viven y se lucran con la violencia que generan y la impunidad que los protege. ¿Por qué afirmar con tanta convicción y contundencia que fue un “escuadrón de la muerte” el que cumplió las órdenes fatales de alguien, para cegar la vida de Ramón Mauricio? Por múltiples razones que se sintetizan en las conclusiones preliminares de una investigación que ONUSAL –la Misión de Observadores Naciones Unidas en El Salvador– inició el 28 de julio de 1994 tras recibir la denuncia de Gloria y Mauricio.

Según ONUSAL, detrás del asesinato de Ramón Mauricio no hubo causas políticas. Sin embargo, lo consumaron individuos relacionados con aparatos estatales de seguridad y agentes de los mismos que –además– participaron en la ejecución de Francisco Vélis Castellanos en octubre de 1993. Vélis era un antiguo comandante guerrillero y dirigente del entonces principal partido de oposición, el FMLN. Textualmente, ONUSAL denunció que la “lentitud y el uso constante de ‘fuentes confidenciales’ en la investigación del asesinato del señor García Prieto, aun siendo una constante en la DIC, obedecería a un posible intento de desviar las investigaciones, impidiendo conocer los verdaderos implicados en el caso”.

Cerradas las comillas de la cita anterior, cabe aclarar que la mencionada DIC era la División de Investigación Criminal de la bisoña Policía Nacional Civil que –a partir del caso García Prieto– comenzó a “sacar las uñas”. Más bien, esas “uñas siniestras” estaban detrás de una corporación policial que prometía mucho… ¡en el papel de los acuerdos! Pero en la práctica, la fueron desfigurando quienes la tomaron en sus manos desde su nacimiento: firmantes de una “paz” solo para los guerreros y guerreros comisionados para desnaturalizar el cumplimiento de los compromisos que pactaron.

A veinte años del inicio de su tragedia, Gloria y Mauricio han logrado atesorar una dignidad que le ha hecho mucho bien al país; lo han conseguido con los logros de su larga y valiente lucha contra la impunidad. El primero tiene que ver con haber comenzado a develar el verdadero rostro que, en aquella época, se escondía tras el “maquillaje” del afamado “proceso de pacificación” salvadoreño y cuyo “retrato hablado” apareció en el informe del Grupo Conjunto que investigó los “escuadrones de la muerte”. 

La segunda gran ganancia para El Salvador tiene el nombre de otras familias que, al ver el ejemplo de Gloria y Mauricio, no agacharon la cabeza y lograron éxitos parciales o totales en sus esfuerzos por alcanzar verdad y justicia. Casos como los de William Gaytán y Adriano Vilanova, jóvenes asesinados también por agentes policiales, fueron acompañados por el IDHUCA a pedido del padre del primero y la madre del segundo que conocieron el apoyo brindado a Gloria y Mauricio. Esta pareja emblemática, igual les señalaron el camino a los familiares de Katya Miranda y del cadete Erick Mauricio Peña Carmona, por citar otro par de casos entre tantos. 


Además, en la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Gloria y Mauricio sentaron en el banquillo de los acusados a un Estado que protege poderosos criminales al no investigarlos. Y en noviembre del 2007 lograron su condena inapelable, que lo obliga precisamente a hacer eso: investigar a todos los responsables, materiales e intelectuales, y sancionarlos como es debido. Pese a que tanto Antonio Saca como Mauricio Funes –jefes de Estado que debían cumplir la condena– no asumieron ese reto, la impunidad no ha triunfado. Gloria y Mauricio seguirán demandándole al actual jefe de Estado, Salvador Sánchez Cerén, hacer lo que no se hizo antes: cumplir plenamente la sentencia de la Corte Interamericana. Por último, quien no ha sido investigado debió abandonar sus probables aspiraciones políticas y no pasará a la historia como referente de paz. Gracias, pues, Gloria y Mauricio.

Benjamín Cuéllar
Investigador del IDHUCA

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