Hace un mes, el pasado viernes 10 de junio exactamente, se cumplieron diecisiete años del asesinato de un joven salvadoreño alegre y prometedor. Fue en esa fecha de 1994, frente a un buen número de testigos, cuando a plena luz del día cayó mortalmente abatido a balazos Ramón Mauricio García Prieto Giralt. Para entonces las opiniones dentro y fuera del país, en su mayoría, le auguraban un feliz destino a El Salvador después de que los “guerreros” acordaron alzar sus armas. Era una época de esperanza; era la oportunidad para el cambio de verdad. Y eran raras y muy mal vistas las voces críticas que, en ese escenario, ya observaban y denunciaban nubarrones en el horizonte de un proceso que −sin más análisis que el de las partes interesadas y las Naciones Unidas− nos lo quisieron vender como la tan ansiada “pacificación” nacional. Y mucha gente se lo compró como tal.
Entre las expresiones que “desentonaban” en medio de esa “marcha triunfal” oficiosa y oficial, se encontraban las de Gloria y Mauricio. ¿Quiénes eran este par de “pesimistas” entre tanta “dicha y felicidad”? Pues, precisamente, la madre y el padre de ese joven ingeniero cuya ejecución se dio cuando −poco más de un año atrás− la Comisión de la Verdad había presentado su informe y cuando se acababa de conocer el del Grupo conjunto para la investigación de grupos armados ilegales con motivación política; largo y eufemística denominación con la que, los “palabreros” diplomáticos de entonces, se refirieron a lo que no era otra cosa más que los fatídicos y aún impunes “escuadrones de la muerte”.
Esas organizaciones criminales, estructuras bien formadas para el mal que tantas víctimas produjeron antes y durante la guerra, siguieron asesinando después de su fin. Víctimas más conocidas de su accionar durante el inicio de la posguerra, aunque no las únicas, son Francisco Velis y José Mario López; ambos dirigentes del ahora partido en el gobierno, el primero asesinado el 25 de octubre de 1993 y el segundo el 9 de diciembre del mismo año. A excepción de Nidia Díaz, no conozco alguien más que haya hecho algo por reivindicarlos dentro de la exguerrilla, nadie los conmemora. Nidia y la familia Velis, con el apoyo del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas (IDHUCA), empujaron una enfermiza justicia guanaca −cuando se creía que iba a mejorar su salud por los acuerdos de paz− y a fuerza de tenacidad lograron la condena de un curtido policía partícipe fundamental en ese crimen: Carlos Romero Alfaro, alias “Zaldaña”.
Esas ejecuciones ocurrieron en el marco de una campaña electoral en la que por primera vez participaba el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), el desarmado, y se redujeron cuando las encuestas de entonces anunciaron el gane del partido Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Era obvio el origen de esas muertes, el cual se comprobó con la condena judicial de “Zaldaña” pese a todos los obstáculos.
Pero ya con Armando Calderón Sol en la titularidad del Órgano Ejecutivo y en víspera de nombrar paradójicamente a un militar como el comisionado presidencial para cumplir los acuerdos de paz en materia de seguridad pública −el general Mauricio Ernesto Vargas− ocurrió la inesperada y brutal muerte de Ramón Mauricio. Ese terrible hecho hizo de Gloria y Mauricio el símbolo viviente de una lucha desafiante y valiente, solitaria y ejemplar en la posguerra salvadoreña. Desafiante porque cuestionaba los “cantos de sirena” gubernamentales y de la antigua guerrilla hecha partido de oposición, dentro del sistema al cual se oponían; desafiante, además y sobre todo, porque sin miedo a nada ni a nadie dejaron claras sus sospechas de la autoría intelectual de su tragedia. Valiente por eso, pues estaban tocando lo intocable en una época cuando el principal señalado era aún un “poderoso” firmante de los acuerdo de esa su “paz”.
Pero también solitaria porque solos, ambos, lograron llegar hasta donde poca gente logra llegar en estas tierras. Quizás sea injusto absolutizar. Ciertamente ha habido alguna solidaridad con su causa; pero ha sido poca, muy poca. El esfuerzo de Gloria y Mauricio García Prieto no fue bandera de lucha de ningún partido electorero; ni siquiera del supuestamente más “radical” como pretende presentarse uno, pese a que su discurso es cada vez menos creíble. A pesar de los pesares −obstáculos y amenazas, calumnias y todo lo demás− Gloria y Mauricio llegaron casi en la más absoluta orfandad hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos y lograron, sin ser un caso de la guerra, sentar en el “banquillo de los acusados” al Estado salvadoreño. Sin otra compañía más que la verdad, esta pareja intachable logró condenar a un sistema de justicia que se negó una y otra vez a impartirla por proteger a un oscuro criminal.
“El Estado −estableció esa respetable Corte− violó los derechos a las garantías judiciales, a la protección judicial y a la integridad personal consagrados en […] la Convención Americana sobre Derechos Humanos […] en perjuicio del señor José Mauricio García Prieto Hirlemann y la señora Gloria Giralt de García Prieto”.Además, ese mismo Estado “violó los derechos a las garantías judiciales y a la protección judicial consagradas en los artículos 8.1 y 25.1 de la Convención Americana sobre Derechos Humano, en relación con el artículo 1.1 del mismo instrumento y el derecho a la integridad personal consagrado en el artículo 5.1 de la Convención Americana, por el incumplimiento del deber de investigar las amenazas y hostigamientos sufridos por el señor José Mauricio García Prieto Hirlemann y la señora Gloria Giralt de García Prieto”.
Su lucha, Gloria y Mauricio, también ha sido y sigue siendo ejemplar. ¿Por qué? Pues porque desde su dolor y su decencia, su cólera y su legítima terquedad, inspiraron y siguen inspirando a tanta gente más en su lícita y necesaria rebeldía frente a la impunidad. Lo lograron con la mamá de Adriano Vilanova y la de Katya Miranda; también con el papá de William Gaitán y la familia del cadete Erick Mauricio Peña Carmona. Y con tanta gente más que ya perdió el miedo y está dispuesta a pelear con todo lo lógico y −sobre todo− lo genuino de una causa que para avanzar no depende de ningún “analista” ni de gobernante alguno; que para ganar, no requiere de “falsos profetas” ni defensores de derechos humanos de puro discurso.
Gloria, Mauricio…. ¿No se han dado cuenta de algo? ¿No saben que Ustedes dos, par de gente buena y tan necesaria, le han hecho un gran bien a este país? El “caso García Prieto” le comenzó a quitar la careta a la bestia que se quiso disfrazar de un Estado respetuoso de los derechos humanos. Con su íntegro e incansable batallar, comenzaron a derrotar la impunidad que quisieron consolidar los criminales y sus cómplices de antes y de ahora mediante la auto y negociada amnistía del 20 de marzo de 1993, que siguen defendiendo a capa y espada este “gobierno” y esta “oposición”. Cualquier persona, medianamente informada sobre lo que ocurre en el país los conoce; conoce su lucha y al monstruo que enfrentan desde hace tantos años. Su decidida y permanente denuncia trascendió y trasciende las administraciones de Calderón Sol, Flores, Saca y Funes.
Y no sólo son ejemplo de amor por la justicia en El Salvador; también lo son más allá de sus fronteras. Los quiere y admira mucha gente que estuvo y está en el Centro por la Justicia y el Derecho Internacional, el conocido CEJIL que se encuentra en plena celebración de sus dos décadas de existencia y que los ha acompañado desde 1996; también muchas personas que fueron y son parte del sistema interamericano de protección de derechos humanos. Este sistema aún exige y espera ver un cambio real en nuestro país.
Y es que más allá de la retórica y las invocaciones a monseñor Romero como su “guía espiritual”, el actual Gobierno no ha cumplido hasta ahora la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que dictó condenando al Estado salvadoreño, por el asesinato de Ramón Mauricio García Prieto. No lo ha hecho, igual que Antonio Saca desde noviembre del 2007 hasta que terminó su mandato al final de mayo del 2009. Bueno, en realidad ni el anterior ni este Gobierno cumplieron nada de fondo en este ni en otros casos ventilados en el sistema interamericano.
Quienes acusaron a Saca de incurrir en desacato al no obedecer las recomendaciones de la Comisión Interamericana en el caso de nuestro arzobispo mártir, hoy están en el otro lado y no hacen algo que los distinga en lo esencial de los de antes. Ya van más de dos años de pura labia; han tenido siete meses más que Saca para cumplir y nada. Y su verborrea se las desmonta fácil, en un dos por tres, la dignidad de Gloria y Mauricio García Prieto desde su indeclinable valor y compromiso con la verdad y la justicia. Ya quisieran un poquito de eso quienes fueron firmantes de una paz que, digan lo que digan, nunca llega a este sufrido país.
Benjamín Cuéllar
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