El brutal ataque del Ejército judío a la Flotilla de la Libertad, es un hecho grave que debe condenarse enérgicamente. La “terrible amenaza”, el “terrorífico objetivo” que debía ser eliminado no era más que una simple embarcación tripulada por personas civiles que, solidarias, transportaban ayuda humanitaria para la población empobrecida de la Franja de Gaza. Contra esa misión generosa y pacífica, la milicia hebrea lanzó una embestida feroz.
Según información de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), el 61% de las personas que habitan ese territorio se encuentra en una grave situación de inseguridad alimentaria. El 45% del millón y medio de sus pobladores está desempleado y el 52% de sus hogares vive en condición de pobreza. Semejante escenario, intolerable a todas luces, es producto del arbitrario bloqueo impuesto por Israel desde hace cuatro años.
En el afán de protegerse de ataques terroristas, Israel ha condenando a la población establecida en esta zona a subsistir en condiciones inhumanas. El agresor Estado, objeto de condenas internacionales reiteradas, no puede obviar su culpa por los sufrimientos y las carencias que padece el pueblo palestino. Tampoco puede evadir su responsabilidad por las nueve muertes y las decenas de heridos a causa de la irracional acometida contra la Flotilla de la Libertad. No hay argumento que valga, porque no basta con la sospecha de que se transportan armas para justificar las balas y las bombas lanzadas contra la embarcación y sus tripulantes.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que los judíos sufrieron la brutalidad de los nazis, las Naciones Unidas acordaron normas mínimas de convivencia y respeto. El ataque reciente no es sólo contra quienes querían ayudar a la población palestina; también lo es contra esos principios internacionales.
El Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, afirmó prepotente: “El Estado de Israel continuará ejerciendo su derecho a la autodefensa. La seguridad está por encima de todo”. Precisamente esa idea es la mayor fuente de inestabilidad mundial. No se devolverá la paz al mundo sometiendo a otros atacándolos; tampoco armándose y provocando situaciones pobreza, aislamiento y exclusión. Eso sólo agrava los conflictos.
Las personas que los israelitas han detenido en el marco de esta agresión, deben ser liberadas. La actuación del Ejército judío tiene que ser condenada y así está ocurriendo. Todas las naciones dignas, así como las organizaciones que promueven y defienden los derechos humanos, deben exigir medidas para evitar que eso se repita. No se puede ser tibio ante un hecho como este. Se debe sentar un precedente para impedir que tal práctica sea reiterada y se coloque al mundo al borde de otra guerra.
Del Estado salvadoreño se esperaría una postura en ese sentido. No se puede ser indiferente ante el dolor y menos cuando este se globaliza. La humanidad, ahora más que nunca, requiere recuperar su sentido de solidaridad y los gobernantes no deben aislarse e ignorar acciones como estas porque de alguna u otra forma tienen incidencia económica, política, cultural, militar o social en todos los países.
En medio de estar crisis, vale la pena recordar la reflexión que el poeta cubano –Luis Rogelio Nogueras– invita a hacer al Estado judío: “Pienso en ustedes y en su largo y doloroso camino, desde las colinas de Judea hasta los campos de concentración del Tercer Reich. Pienso en ustedes y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.
Poema de Luis Rogelio Nogueras: Halt
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