El Fondo Monetario y
el desprecio a los
pobres
Publicado en la
sección Opiniones del Diario Co Latino de fecha 27 de septiembre del 2016.
José María Tojeira
Recientemente el
Fondo Monetario Internacional ha dado siete recomendaciones a El Salvador.
Algunas de ellas son positivas, como el impuesto predial, el aumento del
impuesto sobre la renta de personas, especialmente de quienes ganan más, o el
aumento de la edad de jubilación. La reducción del gasto en burocracia también
es acertada si se invierte más en las personas y en las redes de protección
social. Pero otras, como el aumento del IVA implica un serio desprecio de los
pobres. No es raro que así sea, porque el FMI nunca se ha destacado por su
preocupación social. Es cierto que El Salvador está pasando una grave crisis y
que el nivel de deuda pública es muy alto. Y es normal que se pidan
sacrificios. Pero silenciar en sus recomendaciones el tema de un salario mínimo
a todas luces injusto, que no permite el desarrollo de las capacidades de las
personas, que las excluye del desarrollo y las mantiene en una marginación
permanente, nos es más que una muestra de una conciencia basura. Sobre todo si
a este silencio se le añade una subida del IVA. Es cierto que el IVA es uno de
los impuestos más fáciles de recaudar. Pero aumentarlo en estas circunstancias,
en las que la mitad de la población vive en la pobreza, es hacer pagar los
costos de la crisis actual a quienes tienen menos culpa de ella.
Porque la culpa de
la crisis es fundamentalmente de quienes tienen más dinero en el país, y de
quienes han gobernado nuestro país desde el fin de la guerra hasta el presente.
Los gestores de la economía nacional no son los pobres sino las élites. Y son
precisamente ellas las que tienen que cargar con el mayor peso de la
recuperación de la crisis. Pero todo indica que el FMI se inclina hacia la
tendencia elitista del país, que prefiere que la mayor parte de los impuestos
recaigan con mayor dureza sobre quienes tienen menos dinero y menos culpa de la
crisis. No importa que sean precisamente los pobres, que han emigrado de El
Salvador víctimas del mal trato económico y de la falta de protección
gubernamental ante la violencia, quienes aminoran la crisis con sus remesas.
Porque si la crisis no se ha acentuado es precisamente por una enorme cantidad
migrantes campesinos y suburbanos, que se han ido sobre todo a Estados Unidos,
y desde ahí envían sus remesas a la familia en el terruño nativo. Frente al
rostro transparente y solidario de nuestros hermanos en el exterior, se alza el
rostro de negreros de este Fondo internacional, tan dispuesto siempre a
castigar a los pobres en tiempo de crisis.
Ni
siquiera aparece en las recomendaciones del FMI el establecer un IVA
diferenciado que aumente según el lujo o lo dispensable de los artículos y
rebaje el impuesto a los artículos de primera necesidad. Un igualitarismo
absurdo en el IVA lo único que hace es afectar con mayor dureza a quien menos
tiene y multiplicar la desigualdad en El Salvador. Hacerle caso al FMI es
olvidar que la desigualdad es causa real de violencia. Si no hubiera violencia
en el país nuestro Producto Interno Bruto crecería en un 20% por lo menos. Si
para algo deben servir los impuestos es para reducir la desigualdad entre las
personas. Como también sirve para reducir la desigualdad el aumentar con
seriedad el salario mínimo. Sobre todo el existente en El Salvador que en
algunas de sus tipificaciones no alcanza a cubrir ni siquiera la canasta
alimentaria de una familia promedio de El Salvador.
Para
colmo de males estas recomendaciones, que son una especie de imposiciones en un
país débil y dividido como el nuestro, vienen formuladas por personas que
generalmente desconocen lo que es la pobreza. En el mejor de los casos la han
estudiado desde situaciones de privilegio, gozan de unos espléndidos salarios y
magníficos términos de jubilación. En otras palabras, se puede decir con toda
franqueza que son un grupo de ricos y afortunados los que determinan el
sacrificio de los pobres, mayoría en nuestro país. Aunque individualmente los
técnicos del FMI sean buenas personas, trabajan desde la comodidad y desde una
institución que privilegia la economía de los ricos. Eso los mancha y los
denigra éticamente. El hecho de que en países como México sigan creciendo los
millonarios mientras el salario promedio se devalúa, es un ejemplo de la
dirección que tienen las recomendaciones del FMI. Colaborar con las
recomendaciones que producen ese
tipo de disfunciones es contribuir con una economía que mata y que impide o
entorpece el desarrollo libre de las capacidades de las personas.
Una
institución bastante más seria que el FMI es la
Organización Internacional del
Trabajo (OIT). Hablando de salarios decentes acordó en 2015 que un promedio de
200 dólares por persona sería la base para los países débiles o en vías de
desarrollo. Lo que quiere decir que si una familia es de cuatro personas, el
ingreso de la misma debe ser al menos de 800 dólares. Y hablando de impuestos la OIT da también unos
consejos diferentes para los países emergentes y en vías de desarrollo como el
nuestro. Entre ellos la “formalización de las empresas y de los trabajadores
informales, para ampliar la base impositiva (y para incluirlos en el ámbito de
los regímenes de protección social analizados más adelante); mejorar la
progresividad de las imposiciones tributarias, a fin de que quienes más ganan
paguen una proporción mayor de la carga fiscal global; y mejorar la recaudación
impositiva” (Informe mundial sobre salarios 2014-2015, salarios y desigualdad
de ingresos). Pero este tipo de recomendaciones no suele tener el mismo impacto
en nuestros medios de comunicación. Al final, el FMI es un instrumento de los
países más poderosos, centrados en la importancia de sus capitales. Y nuestros
capitales e intereses empresariales, siempre dependientes del dinero del más
fuerte, son cómplices del abuso. Cuando el presidente de ANEP en El Salvador
dice que el arzobispo, al hablar del salario mínimo “habla con el corazón, pero
la economía es de números” dice una verdad a medias. Es cierto que el arzobispo
habla desde el corazón solidario de la
Iglesia. Pero los
números económicos del presidente de ANEP hacen que unos vivan en la abundancia
y otros pasen hambre. Son números sin corazón. Números a favor de unos pocos
que, como decía el papa Pío XI, se acumulan en los más poderosos, “lo que con
frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de
conciencia”. Hay números más justos que los suyos, señor presidente de ANEP,
incluso en una economía de premio Nóbel. Y el arzobispo, desde su corazón,
tiene mucha más razón que Usted desde los números del becerro de oro.
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