martes, 14 de marzo de 2017

Gustavito y la locura


Publicado por: Diario CoLatino, 7 Marzo, 2017 en Opiniones
   
José M. Tojeira

Durante más de una semana el hipopótamo Gustavito ha dominado la información de algunos medios de comunicación. Las versiones han sido tan diversas, desde el picahielos a la pulmonía, que es difícil saber qué ha pasado. La cobertura del hecho ha llamado la atención a nivel internacional y ha generado artículos en diversos medios noticiosos foráneos con un denominador común: el asombro ante la preocupación periodística por la muerte del hipopótamo, mientras los homicidios pasaban a segundo plano. Uno de los principales rotativos de El Salvador, efectivamente, publicaba hace pocos días tres páginas sobre el paquidermo, mientras que a un homicidio le dedicaba unas pocas líneas. El análisis de esta especie de locura resulta interesante hoy, y les resultará más interesante todavía a los antropólogos, sicólogos y demás profesionales de las ciencias humanas, que contemplarán impactados cómo una sociedad violenta puede ser más sensible con la muerte de un animal que con la de una persona. En la literatura, y salvando las distancias, el caso tiene cierto parecido con el relato marginal de la novela “La virgen de los sicarios”, del colombiano Fernando Vallejo, en la que el escritor narra los esfuerzos de los protagonistas de la novela, asesino uno y testigo impávido el otro ante la muerte humana, que terminan llorando mientras tratan de salvar a un perro moribundo, medio sumergido en los márgenes de un cenagal.

Y es que al final, aun a pesar de la deshumanización que tanta muerte y homicidio produce, el ser humano es más que la brutalidad imperante. Lo que sepultamos en la conciencia aflora a veces con los acontecimientos dolorosos o tristes pero que no nos comprometen. En el futuro podrían pensar quienes recorrieran las páginas de algunos periódicos, que tal vez cansados de protestar contra tanta muerte, a los salvadoreños no nos quedaba más camino que llorar por los animales. Pero la realidad no es esa. Más allá del horror que pueda causar la muerte, si es violenta, de un animal que fundamentalmente era parte de la distracción y el descanso de niños y gente buena, los salvadoreños de a pie estamos profundamente indignados con el irrespeto a la vida humana, manifestada en demasiada muerte de connacionales, y en la poca protección oficial de la vida. La impunidad en tantos casos, el simplismo con el que se mira la muerte de jóvenes si eran miembros de maras, la incapacidad oficial durante años y años de ver todo homicidio como una auténtica tragedia, es motivo de indignación para muchos. Un país que se desangra y que no acaba de reaccionar unido frente a una crisis que dura ya más de cincuenta años, llama con urgencia al liderazgo a pensar con más seriedad en el futuro de El Salvador y en la solución de los problemas que nos aquejan. Demasiada gente buena se ha ido del país porque el liderazgo no ha sabido responder a la urgente necesidad de construir paz social y desarrollo humano.

Y cuando hablamos de liderazgo, no nos referimos solamente al político de cualquier color que sea, sino también al empresarial, mediático e intelectual. La muerte del pobre pasa demasiado ignorada. El dolor de la gente concreta se olvida pronto en el contexto social en que vivimos, aunque los afectados queden con la herida permanente de la muerte, la impunidad y el desapego de quienes debían protegerlos. Cuando se organizan reuniones para hablar del tema da la impresión de que todos caminamos al unísono y que los problemas tienen solución. Pero cuando se hacen cálculos de lo que se debe invertir en el desarrollo y protección de las personas, las buenas voluntades comienzan a naufragar. Y no es que no haya dinero, sino que simple y sencillamente no se quiere reformar un sistema que permite evadir impuestos, que se mantiene con una carga fiscal que impide el desarrollo real de nuestro país y que acaba protegiendo a los corruptos que ostentan cargos públicos. Cuánta responsabilidad tenemos las élites de El Salvador ante esta tragedia de la violencia está aún en discusión. Pero es evidente que quienes se libran de culpa son más excepciones que mayorías.

En su reciente  segunda carta pastoral, dedicada a los mártires, que el Señor Arzobispo presentará el 12 de marzo, en recuerdo del 40 aniversario del asesinato de Rutilio Grande y centenario del natalicio de Monseñor Romero, nuestro Pastor hace una serie de recomendaciones a muy diversos sectores de la población. En todas ellas anima a la construcción del bien común, a la defensa de los pobres, a la rectitud y la generosidad. Los mártires del pasado son en ese sentido testigos excepcionales de lo que debemos construir en el presente. Porque unieron su vida al dolor de tanta víctima desde la generosidad y el seguimiento de Jesucristo hasta la cruz. Hoy, ya sin la plaga de aquella guerra civil, tenemos la oportunidad de enfrentar una situación de injusticia y olvido de los pobres y vulnerables que ha llevado a esta violencia aparentemente sin fin.



Cuando alguien llora con más facilidad por la muerte de un animal que por la muerte de una persona, podemos pensar con bastante lógica que alguna cosa en su sicología no funciona del todo bien. El despliegue de noticias internas que ha conseguido nuestro famoso hipopótamo, nos ha hecho aparecer de nuevo en la prensa internacional y no precisamente de un modo laudatorio. Cobrar sentido de la urgencia de defender los derechos humanos de un modo radical y universal es el único camino que nos queda para salir de la locura de la violencia. El informe de la Comisión de la Verdad de El Salvador se llamaba “De la locura a la esperanza”. Hoy es necesario dar otro paso que se llame de la esperanza al desarrollo humano. Un desarrollo humano que no vendrá si no invertimos más en nuestra gente, especialmente en los pobres y vulnerables. Que no llegará si no reconstruimos y adecentamos nuestras instituciones. Y que no tendrá lugar, si no abandonamos los intereses particulares y nos dedicamos, desde la generosidad e incluso desde el sacrificio, a construir una nueva sociedad donde, como dice el salmo 85, “la misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron”.

martes, 6 de diciembre de 2016

Reflexión y corrupción

Publicado Diario CoLatino, el 6 diciembre de 2016 en la sección Opiniones.

José M. Tojeira

Uno de los grandes pensadores de la actualidad, Zygmunt Bauman, comparaba la cultura actual hiper consumista con la cultura del cazador. Hablando de diferentes etapas culturales decía que en la historia a veces se ha privilegiado la cultura del guardabosques, en la que predominaba el control de los poderosos. Otra cultura era la del jardinero, que trataba de domesticar la realidad ordenada y racionalmente, y ponerla al servicio del bienestar. La cultura del cazador, en contraste con las anteriores, antepone la abundancia del día a día, el aprovechamiento de la trampa, la habilidad y la fuerza bruta para conseguir lo que desea. No piensa en el largo plazo sino en el botín de cada día. Y continúa diciendo que esa cultura del cazador crece y continúa imponiéndose precisamente a través del pensamiento neoliberal, individualizante, lanzado al consumo y que busca la satisfacción inmediata de las pulsiones de felicidad colocadas en la ambición y el dinero.

No hay duda de que en medio del ambiente conservador de nuestra sociedad, y a veces manteniendo profundas posturas muy conservadoras en ámbitos religiosos, legales o culturales, se mantiene y crece la cultura del cazador. Contemplar la corrupción, que se muestra en nuestros días desatada precisamente porque se ve lo estructural y permanente que es en nuestra historia, nos muestra que vivimos en un país de “cazadores”. El afán de dinero (la idolatría de la riqueza que decía Mons. Romero) ha llevado a muchos, tanto en la empresa privada como en los gobiernos, a utilizar la trampa, el aprovechamiento del débil y la fuerza bruta para construir fortunas. La cultura consumista exacerba las pulsiones  de muchos “clasemedieros” para continuar en este esfuerzo diario por obtener la pieza más grande en la cacería de la vida. Una cacería en la que van quedando no sólo víctimas sufridas y golpeadas, sino también víctimas iniciales que se rebelan y se convierten en victimarios. El ambiente de turbo-consumo hace que muchos jóvenes, consumidores expertos de propaganda e incapacitados de conseguir lo que la propaganda les dibuja como felicidad, se conviertan en verdaderos predadores de sus semejantes. “La mafia de los pobres”, un excelente trabajo realizado en conjunto por el New York Times y El Faro, nos muestra el retrato de estas víctimas de la riqueza de pocos, condenados al fracaso, que se lanzan también a la cacería de oportunidades de un modo rebelde y violento. Al no tener nada que perder, estos jóvenes son indestructibles si se les quiere combatir exclusivamente con la tantas veces fracasada mano dura.

En repetidas ocasiones el actual presidente de la Asamblea Legislativa ha sido mostrado como un exponente de la cultura del cazador. Sus viajes cobrados y no realizados, sus cambios de alianzas según ventajas personales, la facilidad con la que sus familiares y colaboradores consiguen favores especiales en los que brilla el dinero, nos lo muestran como alguien seducido por ese afán de conseguir ventajas y triunfos semejantes al practicante de la cacería. Y simultáneamente se nos muestra en muchas de sus apariciones públicas, como un político “manodurista”, partidario de la pena de muerte, aplicable a muchos de los que tienen ambiciones parecidas a las suyas, pero tienen menos posibilidades de conseguirlas desde el cuello blanco y el estilo de él. Triste situación que nos muestra dos caras de una misma cultura, desarrollada una en el ámbito de un sector emergente y bien posicionado, y otra en los barrios marginales. La misma cultura del cazador, alentada por esta misma sociedad nuestra desigual, que persigue a los pobres y tolera a los “vivos” que saben “transar” con los poderosos.

Al final violencia y corrupción son síntomas de una misma enfermedad. Son el fruto de una sociedad consumista, sometida al poder del dinero, expuesta a los caprichos del mercado, que premia a los rápidos en el aprovechamiento de las oportunidades y que no piensa en el largo plazo. Una sociedad donde el liderazgo empresarial piensa primero en su enriquecimiento, para elaborar después utopías de un rebalse hipócritamente caritativo de su propia riqueza. Otro de los sociólogos, Gilles Lipovetsky, que analizan nuestra sociedad del consumo delirante decía que no le extrañaría que los antropólogos sociales del futuro estudien con curiosidad esta civilización tan convencida de su inteligencia, pero “en la que el Homo Sapiens rendía culto a un dios tan ridículo como fascinante: la mercancía efímera”.


Si queremos salir de la corrupción y de la violencia tenemos que pensar a El Salvador en el largo plazo. Pensarlo como un país de todos, donde las oportunidades se abren desde el conocimiento, la protección de la persona y el desarrollo de sus capacidades. Educación, trabajo digno, cultura apegada a valores humanos de igualdad, libertad y solidaridad, normas protectoras y sancionadoras, establecidas con principios de universalidad en el servicio a todos y con especial atención a los débiles y las víctimas. La cultura del cazador que impulsa el turboconsumo no nos lleva a ninguna parte. Sólo una reflexión seria sobre valores humanos y una aplicación de estos valores a la vida social puede liberarnos del relativo marasmo en el que vivimos. Los liderazgos tradicionales no han dado los pasos en esta dirección, al menos a la velocidad requerida. Por eso un diálogo nacional es necesario. Si no podemos solos, con la mediación de alguien que nos facilite entrar por los caminos de una nueva racionalidad, más parecida a la del jardinero que a la del cazador.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Sobresueldos y otras hierbas

Publicado por: Diario CoLatino, 29 noviembre de 2016 en la sección Opiniones.

José M. Tojeira

En repetidas ocasiones he tocado el tema de los sobresueldos con políticos tanto de ARENA como del FMLN. Siempre animé a las personas con las que hablé a insistir en sus partidos en que pusieran mejores salarios a los Ministros (no sabía que los fiscales también cobraban) y funcionarios altos del gobierno. El miedo era siempre a las críticas que se podrían recibir si se les doblaba públicamente el salario a este tipo de empleados. Que un ministro ganara menos que un magistrado de la Corte Suprema o que un diputado con puesto en la dirección de la Asamblea me parecía ridículo. Y más ridículo todavía que tuvieran que pagarle en sobre oculto, sin registro y sin poder declararlo en la declaración de renta (algo a todas luces ilegal). No sabía los montos que se entregaban, lo que me hacía pensar que andaba entre los dos mil o dos mil quinientos dólares más en la actualidad. Desde mi ingenuidad pensaba que sería un complemento igual para todos, pero no estas cifras arbitrarias que según el anterior fiscal oscilaban, al menos en lo que a él correspondía, a una suma astronómica: entre 10.000 y 20.000 dólares.

Vinculada a esta actividad sabía que estaba la que anteriormente llamábamos partida secreta. Una crítica mía bastante fuerte a dicha partida, publicada en un periódico, me valió una carta de Mauricio Funes manifestando su inconformidad. Sabía también que de esa partida se pagaba ilegalmente al Organismo de Inteligencia del Estado (OIE). Y digo ilegalmente porque toda institución del Estado creada por una ley de la República debe aparecer en el presupuesto nacional. Y el OIE, desde que fue creado por decreto ejecutivo en 1992, apoyándose en una ley de la república que le daba al presidente la facultad de organizarlo y dirigirlo, nunca apareció en el presupuesto nacional. E incluso después, cuando fue necesario, a partir de un reclamo constitucional, refundar la OIE desde una decreto legislativo, la OIE continuó siendo la gran desaparecida del presupuesto nacional, cometiendo con ello todos los gobiernos y las sucesivas Asambleas Legislativas una violación de la Constitución. Si se quisiera mantener en secreto el presupuesto de la OIE, incluso con respecto a la Asamblea Legislativa, habría que hacer una reforma constitucional.

Este modo de actuar tanto en los sobresueldos, como en estos gastos secretos de la OIE que salen de la misma partida, denominada por la gente como secreta, se presta indudablemente a que se produzca corrupción. Ciertamente la transparencia y la claridad de las cuentas se enturbia y puede incluso desaparecer. Además conlleva una especial dependencia de los funcionarios. Si un Fiscal recibe entre 10 y 20.000 dólares extra de parte del Ejecutivo, tiene un dependencia mayor del mismo que si tuviera un salario autónomo. Un Ministro que recibe un sobresueldo que pueda ser varias veces superior a su salario oficial, tiene una dependencia tanto del partido como del Ejecutivo demasiado fuerte. Es cierto que no todos los ministros han tenido sobresueldos. Pero la tendencia ha sido a darlos, aunque algunas personas los hayan rechazado.

Aunque en nuestro país hay muchas cuestiones pendientes, la de la transparencia es fundamental para ganarse la confianza ciudadana. La gente tiene la experiencia de que los fondos se utilizan mal. Las publicaciones sobre las mentiras y los gastos oscuros del actual y reciente presidente de la Asamblea Legislativa no sólo ensombrecen a su persona, sino en buena parte a la Asamblea Legislativa, incapaz de censurarle. Una comisión de ética parlamentaria que tenga la capacidad y la voluntad política de medirles las costillas a algunos diputados es imprescindible para mejorar la imagen de la Asamblea. Los delitos y faltas cometidos por los ciudadanos deben tener sanción. Pero los de los diputados y funcionarios debían ser juzgados con mayor rigor que la del resto de los ciudadanos por estar al servicio de la ciudadanía y traicionar la exigencia constitucional de “notoria honradez” (Art. 126). Pero esa misma “notoria honradez”, más allá de los delitos, exige una supervisión intraparlamentaria seria. No se puede decir que se va a hacer un viaje, recibir dinero para hacerlo, y después quedarse con el dinero y no devolverlo. Los rateros, sean diputados o delincuentes callejeros, no pueden ser tildados de honradez notoria. Aunque viendo la definición principal de ratero que da la Academia de la Lengua, resulta difícil aplicarla a un diputado. Pues el diccionario dice que ratero es “el que hurta con maña y cautela cosas de poco valor”. Un diputado que miente para quedarse con dinero ni tiene maña, ni es cauteloso, ni generalmente se queda con cosas de poco valor.

Un remedio de largo plazo es invertir más en educación. Conocer responsabilidades, recibir educación en valores, además de mejorar la calidad de la enseñanza nacional, es una urgencia en El Salvador. Pero además de eso hay que actuar en el plazo inmediato. Corregir la costumbre de los sobresueldos o de los presupuestos indeterminados como el de la OIE, crear una comisión de ética en la Asamblea que realmente funcione, son medidas que debían tomarse de inmediato. No es, por supuesto, suficiente para corregir toda una serie de problemas en los que las causas se llaman desigualdad, bajos salarios, pobreza y violencia. Pero al menos se contribuiría a ganar confianza ciudadana en que las cosas funcionan desde las leyes, normas y valores de la democracia, y no desde el capricho y la arbitrariedad. Y la confianza ciudadana al final es la que puede volcar la situación del país hacia un desarrollo sostenible. Un amigo mío, por cierto del FMLN, habla siempre de la necesidad de buscar una correlación de fuerzas positiva para mejorar la situación de país. Si no hay confianza ciudadana ni la correlación de fuerzas nos llevará a buen fin.


martes, 22 de noviembre de 2016

Los testigos criteriados

Publicado por: Diario CoLatino, 22 noviembre, 2016 en la sección Opiniones
José M. Tojeira

Una de las debilidades más fuertes de la persecución penal son los testigos criteriados. En repetidas ocasiones se ha demostrado que estos mismos testigos criteriados son criminales que a cambio de denunciar a otros ven reducida su pena. En otras ocasiones  se ha hecho evidente que este tipo de testigos miente. Sus reconocimientos de supuestos delincuentes se hacen de vez en cuando no tanto en rueda de sospechosos sino a través de fotografía. El afán de la policía y la fiscalía por dar la impresión que combaten a la criminalidad les lleva a redadas masivas en las que los detenidos tras una serie de procesos y permanencia en la cárcel, terminan siendo sobreseídos. No faltan jueces por otra parte que tienen miedo a una opinión pública que, desesperada por delincuencia, quiere mano dura y ver detenciones de delincuentes. La misma Fiscalía, cuando el juez no le da la razón, tienden a poner en la picota pública al juzgador. La presencia de algunos jueces corruptos en el sistema juega tanto a favor de condenas injustas como de absoluciones arbitrarias. La ley se usa al capricho en vez de aplicarse con un criterio de racionalidad eficiente.

Los casos de testigos criteriados falsos o amañados se han repetido con cierta frecuencia. Sin embargo hay jueces que prefieren creer a un testigo criteriado que está acusando a un buen número de personas, que a médicos especialistas que declaran sobre enfermedades, o a empleadores que insisten en que la persona acusada tiene un trabajo constante y permanente que en lógica está reñido con la actividad de la que se acusa a una persona. Acusaciones como la de “postear” o servir de vigilante de una organización pandillera, son difíciles de probar. No basta con que lo diga un testigo criteriado, sino que sería necesaria una grabación telefónica que lo compruebe. En realidad es una contradicción querer derrotar a la delincuencia apoyándose en la propia delincuencia. Aunque es normal utilizar en algunos casos a delincuentes arrepentidos, carece de lógica que la mayoría de las detenciones, especialmente de las grandes redadas se basen en algo muy semejante al chambre y el chisme en vez de en pruebas donde el componente científico sea más serio.

Si este modo de actuar se utilizara contra ese veinte por ciento privilegiado de El Salvador, las protestas serían múltiples, rápidas y obligarían tanto a fiscales, jueces y policías a cambiar de método. Pero todo indica que en esta sociedad clasista en que vivimos hay en la práctica dos sistemas judiciales. Uno más cuidadoso con las pruebas, más civilizado en el modo de actuar, más cuidadoso y respetuoso con el detenido, y otro indiferente ante el acusado si es pobre o vulnerable. No es raro eso dado que el país está acostumbrado al doble tratamiento de la población. A parte de los verdaderamente privilegiados, que viven en otro mundo y que no alcanzan ni al uno por ciento de la población, los estudios afirman permanentemente que en El Salvador un 20% vive desahogadamente, un poco menos del cincuenta por ciento está en lo que se suele llamar sector vulnerable, y un poco más del 30% viven en pobreza. El Estado se ha contentado no sólo con que esa situación se mantenga, sino que tiende a reproducir la sociedad clasista a través de sus propias instituciones. Eso se ve claro en la organización de la salud pública que tiene diferentes sistemas, en los que se favorece más a unos y se margina gravemente a otros. Las graves deficiencias y desigualdades en la calidad educativa continúan la misma pauta. E incluso los salarios mínimos, con nueve diferencias según sector laboral, manifiestan un soberano desprecio por el trabajo de los más pobres y de los que tienen menos capacidad de protesta.

Los testigos criteriados acaban siendo una muestra más de ese modo de organizar el estado de un modo clasista. No es la capacidad del estado la que persigue al crimen, sino la utilización masiva y con frecuencia con poca racionalidad de pobres contra pobres, de vulnerables contra vulnerables. Y para colmo de males, se acusa hoy a los pobres en una alta proporción de delitos de terrorismo. Si se hubiera seguido este tipo de “técnica judicial” de testigos criteriados con respecto a los crímenes de la guerra civil, no hubiera quedado un coronel fuera de la cárcel. Ciertamente hubiera sido injusto, puesto que no hay duda de que al menos un buen número de coroneles no cometieron delitos de terrorismo. Pero por supuesto los coroneles pertenecen a otro estrato de la población. No al uno por ciento que desde su inmenso poder mantiene al país en esta situación clasista e injusta, sino al 20% en el que nos movemos muchos, a veces con muy poca preocupación por la suerte de los pobres.

El Salvador tiene que mirar hacia dentro. Cierto porcentaje de desigualdad no lo podremos evitar. Pero es contraproducente y peligroso mantener sin cambios una sociedad en la que sólo una quinta parte viva con cierta seguridad, mientras las otras cuatro quintas partes permanecen en la pobreza o en el riesgo de volver a la pobreza. El verdadero cambio pasa por la educación, por los salarios decentes, por las redes de protección social con mayor calidad y universalidad. Y por supuesto pasa también por la sustitución de jueces analfabetos, fiscales facilitones y policías vengativos. Sin decir que haya que eliminar la posibilidad de dar reducciones penales a algunos delincuentes que colaboren con la justicia, es necesario afirmar que el modo masivo de usar en la actualidad los testigos criteriados pone en riesgo la tutela efectiva de los derechos de las personas. Basta leer los periódicos para ver que la utilización de los mismos no es el mejor camino para la reducción de la violencia ni para la lucha contra el crimen.


martes, 15 de noviembre de 2016

Mártires, víctimas y justicia

Publicado por Diario CoLatino, el 15 de noviembre del 2016 en la sección Opiniones.
           
José María Tojeira

Desde el 12 de Noviembre en adelante la UCA ha estado celebrando a los mártires. Es su semana de fiesta y recuerdo. Es también la celebración de una identidad que nace de la memoria de un esfuerzo extraordinario, el de Ellacuría y sus compañeros, por poner racionalidad y justicia en El Salvador desde un pensamiento profundamente cristiano y profundamente intelectual y actual. Un esfuerzo que no paró hasta dar la vida al estilo de muchos mártires desconocidos y mucho pueblo masacrado en nuestro país. Quedan todavía algunos momentos por celebrar. El día 15, martes, la UCA recibirá un premio por su defensa permanente de los derechos humanos. El 16 se celebrará la Eucaristía del aniversario, y el 17 se tendrá la cátedra de la realidad nacional. En ella están invitados el magistrado Sidney Blanco, de la Sala de lo Constitucional, y Claudia Paz, fiscal en Guatemala y una de las protagonistas que logró enjuiciar y condenar a ochenta años de cárcel por delitos de lesa humanidad y genocidio al general Ríos Montt, aproximadamente 25 años después de que ejerciera como dictador en Guatemala.

Esta cátedra, al reunir a dos personas que han combatido la impunidad y que han logrado avances en la justicia transicional, tiene un hondo sentido para El Salvador. Desde la aprobación rápida y sin discusión de la Ley de Amnistía en nuestro país, muchos grupos y personas han insistido en la necesidad de derogar ese instrumento jurídico que impedía tanto la verdad como la justicia y la reparación de las víctimas. Y al impedir esos tres elementos imposibilitaba también un camino de reconciliación nacional, que imprescindiblemente debe realizarse desde el conocimiento de la verdad y desde la reparación a las víctimas. Sidney Blanco y Claudia Paz tanto en El Salvado como en Guatemala, han trabajado con eficacia para romper el manto de impunidad y desprecio de las víctimas que dominaba la historia de nuestros países. Con toda seguridad nos podrán iluminar sobre la ruta que debemos recorrer como ciudadanos responsables en la construcción de la convivencia pacífica y justa.

Repetidas veces hemos insistido en que la verdad y la justicia son dos elementos fundamentales en los procesos de paz y en general frente a todo abuso o violación de la dignidad humana. El día mundial del derecho de la víctimas a la verdad fue instituido en honor a Mons. Romero. Y la verdad va unida necesariamente a la justicia. Porque la justicia, al final, es el modo estatal de reconocer la verdad del dolor de las víctimas y la iniquidad del verdugo. El castigo al verdugo no es el fin principal de la justicia, sino la defensa y reparación de la dignidad de la víctima. El castigo está orientado a la prevención y trata normalmente de evitar que el tipo de daño causado pueda repetirse. Pero a pesar de la insistencia en la necesidad de verdad y justicia, los crímenes del pasado han sido dejados de lado, como si fueran de inferior calidad. Sin embargo el hecho de que muchos de estos delitos fueran cometidos por personas que tenían desde sus puestos estatales la responsabilidad de velar por los derechos humanos, hace más grave la situación. Escuchar a dos personas que desde su trabajo jurídico y desde su coraje ético han luchado contra la la impunidad nos ayudará a todos a vislumbrar caminos y a generar ánimo para emprender esa tarea de hacer verdad y justicia, abierta hoy desde la anulación de los oprobiosos artículos de la ley de amnistía que impedían el acercamiento humano y humanista a la situación de la guerra civil.

Y es que acercarse desde la verdad y la justicia a las víctimas es el único modo realmente humano de acercarse a los crímenes graves. Y más cuando éstos se pueden catalogar como verdaderos crímenes de guerra o de lesa humanidad desde la conciencia del mundo actual. Con frecuencia quienes defienden a los victimarios y verdugos del pasado insisten en el tema del perdón, como si éste fuera enemigo de la verdad y la justicia. Sin embargo es todo lo contrario. Sólo el reconocimiento de la verdad puede generar el perdón. Es cierto que hay que trabajar para que las víctimas ofrezcan el perdón y no respiren venganza. Pero de la misma manera es cierto que los victimarios deben reconocer la verdad y pedir perdón. El perdón se ofrece desde la víctima y se pide desde el victimario. La justicia, en su afán de prevención, debe poner antes las medidas necesarias para que la brutalidad no se repita.

Cuando en 1992 solicitábamos a la Asamblea legislativa el indulto para los dos únicos condenados por el asesinato de los jesuitas, insistíamos en la necesidad de proseguir el juicio contra los autores intelectuales del crimen. El entonces ministro de justicia, Lcdo Hernández Valiente, afirmaba entonces que pedir el indulto mientras se insistía en la investigación de los autores intelectuales era un “chantaje político”. No hay duda que cuando la política se mezcla con el derecho la estupidez se apodera de más de alguna cabeza. Investigar la autoría intelectual es simple y sencillamente iniciar el debido proceso ante un crimen de lesa humanidad. Es defender la víctima frente al verdugo. Y es sobre todo luchar para corregir esa plaga de impunidad que todavía hoy, un cuarto de siglo después, sigue siendo una enfermedad grave en El Salvador. El proceso de paz, del que tanto se habla hoy al acercarse los 25 años de su firma, fue en realidad interrumpido por la ley de amnistía.

Hoy, tras la sentencia de inconstitucionalidad de dicha ley, tenemos la oportunidad de reiniciar el proceso de paz de El Salvador. Sidney Blanco y Claudia Paz, que nos hablarán el jueves a las seis de la tarde, serán sin duda excelentes pedagogos en este caminar permanente hacia la paz.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Desigualdad judicial

Publicado por Diario CoLatino, el 8 noviembre de 2016, en la sección Opiniones.

José María Tojeira

Las publicaciones y debates en torno a la detención del ex presidente Saca nos muestran con claridad los defectos en el manejo de la información de los grandes medios. Interesa lo sensacional. Se cultiva la apariencia de justicia más que la justicia. Los medios llevan a cabo un proceso mediático previo en el que se elimina en la práctica la presunción de inocencia. En el caso del ex presidente Flores, sus partidarios y miembros connotados de su propio partido hablaban de un linchamiento mediático contra él. Él tuvo al menos algunos defensores. Una gran mayoría de acusados e imputados son linchados sistemáticamente y no tienen a nadie que los defienda, al menos en los grandes medios. Los 58 detenidos en San Miguel Tepezontes ni salen en las noticias. Los cien, doscientos y el resto de las grandes redadas son exhibidos en calidad de culpables y muchas veces de formas vergonzosas y humillantes. No digamos esas detenciones en las que se entra a punta de mazo y ruptura de puertas, con policías armados con armas largas y con periodistas fotografiando al sospechoso tirado en el suelo en calzoncillos. Hay muchos más condenados en los medios de comunicación que en el sistema legal. Eso puede ser un signo de que el sistema legal no funciona bien, pero también de que los medios se dejan llevar por un sensacionalismo enfermizo y por una especie de ansia de venganza contra cualquiera que según la policía o la Fiscalía sea sospechoso de un delito.

Este modo de actuar refleja además que todavía existen clases sociales en El Salvador que impiden que todos seamos iguales ante la ley, como teóricamente afirma la Constitución. Como en tantos otros aspectos económicos y sociales la justicia se manifiesta también como una estructura clasista, vengativa contra los pobres y respetuosa con los poderosos. Al pobre se le hostiga, acusa o persigue en ocasiones aun antes de cometer un delito. Baste que esté cerca o viva en zonas “peligrosas”. Al poderoso generalmente, sobre todo si es gobernante, sólo se le puede juzgar o cuando ha perdido poder, o cuando su abuso y delito perjudica a otros más poderosos que él. Cuando uno habla de clases sociales en seguida le acusan de marxista desde la hueca estupidez de algunos comentaristas mediáticos. Bolívar, ideológicamente liberal, constataba ya en su época lo siguiente: “En Colombia hay una aristocracia de rango, de empleos y de riqueza equivalente, por su influjo, pretensiones y peso sobre el pueblo, a la aristocracia de los títulos y de nacimiento, aun la más despótica de Europa; aunque hablan de libertad y de garantías es para ellos solos que las quieren y no para el pueblo, que, según ellos, debe continuar bajo su opresión; quieren también la igualdad, para elevarse y aparearse con los más caracterizados, pero no para nivelarse ellos con los individuos de las clases inferiores de la sociedad: a  éstos los quieren considerar siempre como sus siervos a pesar de todo su liberalismo”. En El Salvador parece que no hubiera pasado el tiempo. La detención de un poderoso puede parecer un avance. Pero no puede utilizarse para justificar un modo de hacer justicia en el país que es profundamente desigual y miserable. Al poderoso lo tratan bien, aunque lo detengan durante una boda, y al pobre a patadas, aunque esté en un velorio.

La necesidad de ir creando un modelo de justicia diferente debe comenzar por un cambio en los grandes medios de comunicación. Salir de su modo elitista de ver la realidad y defender un poco más los derechos de los pobres es un primer paso indispensable. La conciencia nacional está convencida de que el poder político se ha utilizado con demasiada frecuencia para enriquecerse. Es necesario juzgar primero un sistema que produce desorden y corrupción antes que alegrarse porque al fin se detiene a alguno de los operadores del sistema. Por poner un ejemplo, el Organismo de Inteligencia del Estado, OIE, nunca ha aparecido en el presupuesto nacional. Como estructura estatal creada por una ley de la república, tiene que aparecer en el presupuesto. Pero desde el tiempo del presidente Cristiani, esa oficina estatal depende de unos gastos confidenciales que son arbitrarios y que dependen de la llamada partida secreta. Organizar la administración del poder de un modo informal, contrario a las leyes, secretista, no conduce a nada bueno. El mismo modo de organizar la partida secreta alimentándola del presupuesto mensual no realizado de cada uno de los ministerios, era un abuso. Abuso que entiendo se cortó en el período presidencial de Mauricio Funes, aunque continuaron otros procedimientos oscuros. Los propios bancos nacionales, que podían dar una alerta temprana ante el abuso del poder, fueron en su momento cómplices del dispendio y el abuso, al no advertir que fondos públicos pasaban impunemente por manos privadas. Porque si hay lavado de dinero ahora, es porque lo había entonces. La propia Fiscalía no tiene, por lo visto, mecanismos adecuados para perseguir este tipo de delito si proviene de gobernantes en funciones. Sólo después actúa. Y por supuesto a los bancos nadie les reclama. En Estados Unidos le pusieron una multa de varios miles de millones al Banco HSBC por permitir el lavado de dinero. Si lo que hizo el presidente Saca fue lavado a través de cuentas bancarias, ¿se multará a nuestros bancos?

La ley de Acceso a la Información Pública ayuda a esclarecer cosas. Pero la transparencia y la rendición de cuentas tienen que seguir avanzando. Un proyecto sobre transparencia y anticorrupción que se estaba trabajando con la mediación del PNUD ha caído en el abandono. La necesidad de transparencia en contratos, la responsabilidad de las empresas cuando hacen trampa en impuestos o en obras públicas, tiene que investigarse mejor. Lo mismo que los índices de favoritismo dentro de las contrataciones y empleos del Estado. Pero sobre todo en el campo de la justicia es necesario tener unos parámetros iguales para todos. Y por supuesto unos parámetros coherentes con los derechos humanos. La tendencia de la Fiscalía a pedir casi siempre cárcel durante el período de instrucción viola claramente la presunción de inocencia. Y no vale decir que el Estado no puede controlar si los acusados van a huir o no. Si así fuera, no queda de otra que diseñar un sistema adecuado de control del individuo en libertad. Pero no violando la presunción de inocencia. Presunción que muchas veces se transforma en inocencia a secas cuando se logra el sobreseimiento o la absolución del delito. La hipocresía estatal de los casi últimos 30 años, que establece normas avanzadas para luego incumplirlas, mientras deja huecos oscuros en su modo de proceder, trae los problemas actuales. Parte de ello es la impunidad de quienes se enriquecieron en el pasado y se aprovechan de la larga permanencia en el poder de su partido para lograr la prescripción de sus tropelías. La tarea ahora, a parte de juzgar a quienes estén imputados en casos de corrupción, no es echar culpas y buscar chivos expiatorios, sino dialogar a fondo sobre esta realidad miserable en la que vivimos para que la corrupción estatal pueda detectarse pronto y juzgarse de inmediato. Que el pasado no se repita.


Objetivos del

 Desarrollo Sostenible

Publicado por diario CoLatino el 1 noviembre, 2016, en la sección Opiniones 
José María Tojeira

Después de los objetivos del milenio, cuya fecha final fue el 2015, la ONU ha lanzado los objetivos de desarrollo sostenible, que tienen de plazo hasta el 2030. Son 17 objetivos que pretenden solucionar al menos tres graves problemas de la humanidad: En primer lugar erradicar la pobreza extrema. Iniciar al mismo tiempo un proceso sistemático de lucha contra la desigualdad y la injusticia. Y finalmente solucionar la amenaza del cambio climático, sin cuya superación será imposible desterrar la pobreza extrema. En este contexto el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, ha realizado su último informe de desarrollo regional para América Latina y el Caribe. La pobreza, la desigualdad y la violencia continúan apareciendo en el informe, aunque se recogen también una serie de avances en la superación de la pobreza. El desafío ahora es impedir una nueva caída en procesos de retorno a la pobreza, en medio de la crisis de los productos de exportación y la ralentización del crecimiento económico.

En medio de esta problemática, el informe tuvo la buena idea de investigar entre la gente de nuestros países latinoamericanos, lo que para las personas comunes de nuestro subcontinente son las claves del progreso personal e individual. En medio de una amplia variedad de respuestas hay tres elementos que se repitieron de un modo sistemático, prácticamente en todos los países. Los entrevistados en la investigación dicen que para salir de los problemas de pobreza, violencia y desigualdad son indispensables tres elementos: La educación, el trabajo digno y el apoyo familiar. Tres dimensiones clave que deberían estar presentes en toda elaboración de políticas públicas y en todo programa político serio. Y sin embargo, a pesar de los retos que tenemos, a pesar del pensamiento noble y sencillo de nuestro pueblo, ni la educación, ni el trabajo digno ni la protección de la familia aparecen como prioritarios dentro de los proyectos de desarrollo, o incluso dentro de los sistemas de transferencias y subsidios.

La educación, nunca lo repetiremos en vano, no se está impulsando al ritmo necesario para salir del subdesarrollo, de la vulnerabilidad y de la desigualdad. En tiempos de ARENA se hizo un esfuerzo inicial tras la firma de la paz que consiguió prácticamente universalizar la primaria. Después la lentitud y la ineficiencia se hicieron dueñas del sistema público, salvo algunas excepciones. Con el FMLN pareció que despertaba un nuevo impulso y un crecimiento mayor de la relación entre el PIB y el presupuesto educativo. Cuando crecieron las esperanzas y se formuló un ambicioso plan de reforma educativa se produjo, casi simultáneamente, una especie de estancamiento en los fondos dedicados a educación. Si el fenómeno fuera coyuntural se podría tolerar. Pero todo hace pensar que el frenazo va para largo, vista la situación económica.

El trabajo digno está también en crisis. La cerrazón de la patronal salvadoreña y sus cómodos sindicatos amigos a una revisión seria del salario mínimo muestra la incomprensión del valor trabajo como fuente de desarrollo. Los escasos planes de formalización del exceso de trabajo informal existente, la parálisis del seguro social, que no acaba de integrar en un sólo sistema de salud a todos los salvadoreños, la fuga sistemática y elitista de capital público hacia formas de seguridad privada pintan un mal panorama para el desarrollo del trabajo con salario digno o justo. La inquietud en la ciudadanía persiste en este aspecto y hay que felicitar a una abogada que recientemente introdujo un amparo constitucional pidiendo la declaración de inconstitucionalidad de la actual legislación que regula los múltiples salarios mínimos. Una adecuada regulación de los salarios, tanto a nivel privado como público, es un paso indispensable para el desarrollo salvadoreño. Lo contrario será continuar en la pésima tradición de desigualdad y violencia, estructural y delincuencial, que ha caracterizado a nuestro país tradicionalmente.

La familia queda como el último reducto. Hace años decían algunos estudios que los migrantes en Estados Unidos que enviaban una mayor proporción de dinero a sus familiares, con respecto al salario que recibían, eran los salvadoreños. Aun en medio de la disfuncionalidad y problemas de algunas familias, lo cierto es que la familia sigue siendo en El Salvador la mayor y más fuerte fuente de seguridad y apoyo frente a la pobreza, la violencia y la vulnerabilidad. La solidaridad intrafamiliar es indudablemente un factor positivo en los esfuerzos en favor del bienestar y el desarrollo. Pero la familia salvadoreña tiene mucha veces que actuar en solitario. El estado no la protege apenas frente a la violencia. Las redes estatales de protección social son débiles, inequitativas y están con frecuencia pensadas en favor de los minoritarios estratos de clase media.


¿Qué hacer?, podemos preguntarnos. En educación es evidente que necesitamos optar por planes de largo plazo, ambiciosos y universales. Si no iniciamos un recorrido que en un plazo relativamente corto eleve al doble la inversión actual de educación, nunca superaremos ni el subdesarrollo ni la violencia. El trabajo hay que empezarlo a considerarlo de otra manera. Si bajo cualquier punto de vista lógico, el trabajo es económica, humana y moralmente más importante que el capital, no es lógico que continúe, en lo que respecta al salario mínimo, sujeto a controles de patronales sin conciencia social. Y la familia permanece como gran desafío. Evidentemente hay que protegerla frente a derivas violentas, machistas o situaciones de muy diverso tipo marcadas por el abuso y la amenaza. Pero además de protegerla frente a derivas negativas, hay que apoyarla tanto en lo que respecta al trabajo y la educación como en los derechos a la propiedad, el crédito y la vivienda digna. Invertir en la familia es la inversión más sólida. Y al estado le toca diseñar planes y proyectos que tengan en cuenta este primer núcleo social, sin el cual no habrá convivencia ni futuro.